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Ana decidió visitar a su familia luego de tres años de estar residenciada en Ecuador, pero al llegar a Venezuela se sintió como una delincuente por la forma cómo fue tratada en el punto de control fijo de la Guardia Nacional, Peracal, ubicado en el estado Táchira, cerca de la frontera con Colombia.

Tres días de camino y 130 dólares invirtió la venezolana para trasladarse a su país en autobús. Bajo la lluvia, caminó casi dos horas por un trayecto lleno de barro que conecta a Ecuador con Colombia, una trocha fronteriza muy tranquila donde vio pasar ganado y todo tipo de contrabando.

Durante el recorrido por Colombia, el conductor del autobús donde viajaba Ana pagó a la policía entre 30 mil y 50 mil pesos para evitar las requisas en cada punto de vigilancia. Nunca tuvo que bajar del vehículo, tampoco le pidieron mostrar algún documento de identidad.   

A pesar de tener que cruzar los límites fronterizos de manera clandestina debido a las restricciones por el covid-19, Ana viajó con tranquilidad desde la Provincia de El Oro en Ecuador hasta la ciudad de Cúcuta, Colombia. Pero el cansancio de este trayecto no se comparó con lo que le deparaba al pisar suelo venezolano. 

El primer asombro lo vivió cuando vio a militares venezolanos conviviendo con grupos irregulares en los pasos ilegales ubicados en la frontera. Son los mismos lugares donde se controla el tráfico de personas de Venezuela a Colombia y viceversa. ¡No lo podía creer!, asintió.

La suma de 80 mil pesos colombianos pagó la venezolana para poder cruzar hasta San Antonio del Táchira, un equivalente a 24 dólares americanos de acuerdo al cambio de ese día. El camino es peligroso, pero la mujer de 34 años lo describe como rápido y fácil de cruzar. Sintió alivio al superar un obstáculo más. Estaba cada vez más cerca del abrazo y el cariño de sus seres queridos, el reencuentro era lo único en su mente.

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Una vez en territorio tachirense, la venezolana coordinó con dos conductores para el traslado hacia San Cristóbal, capital de la entidad. En un vehículo mandó la maleta y en otro se montó ella. Pensó que sería la forma más fácil de pasar por los puntos de control.

Al llegar al puesto de la Guardia Nacional en Peracal, principal puesto de control en la zona fronteriza, los funcionarios de migración ordenaron a todos los pasajeros que bajaran del vehículo. Ana obedeció y creyó que sería una revisión rápida.

En el cuarto de requisas fue abordada por una funcionaria que empezó a cuestionarla con mucha insistencia. ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Por qué regresó? ¿En qué trabaja? ¿Cuánto dinero trae? Preguntas que en un principio respondió con ligera tranquilidad.

La situación se tornó complicada cuando la funcionaria empezó a revisarle el monedero donde llevaba sus únicas pertenencias en ese momento. El pasaporte venezolano sellado con la visa ecuatoriana despertó el interés de la mujer que con firmeza seguía intimidando a Ana y a sus acompañantes.

Una manzana que llevaba en la mano fue la excusa para realizarle una revisión antidrogas. La fruta fue destrozada por la agente de migración en la infructuosa búsqueda de narcóticos.

Cuando pensaba que ya estaba lista para volver al vehículo, la misma funcionaria le ordenó entrar a una habitación donde la hizo desnudar y saltar durante unos minutos. Aun estando en su estado más vulnerable, la mujer seguía revisando la ropa y la miraba con soberbia.

“Me van a dejar presa”, pensaba Ana, aunque sabía que no había razón para culparla de algún delito. La autoridad logró acobardarla.

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Después de varios minutos de tensión, y a punto de quebrarse, la venezolana escuchó las palabras que le devolvieron el aliento: “ya puede irse, ciudadana”, no sin antes recibir la amenaza de que podían dejarla a orden de la Fiscalía por viajar durante la contingencia por la pandemia y no traer consigo la prueba PCR de covid-19.

Ana pudo seguir su viaje y llegar al estado Portuguesa, la tierra de su familia. Ahora tiene temor cada vez que ve a un funcionario y siente que la acorralaron para que no quiera volver a visitar su propio país, su tierra, su amada Venezuela.  

Prensa Frontera Viva

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