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Gustavo Roosen

Rafael Uzcátegui, sociólogo y editor independiente, actualmente coordinador general de Provea, publicó en la revista del Grupo Gumilla un consternador análisis sobre el daño antropológico que viene ocurriendo en Venezuela. La frase “daño antropológico” no es original, apunta, “pues ha sido desarrollada en Cuba para precisar la profundidad de la intervención estatal en las relaciones sociales y la psiquis de sus habitantes”.

Rafael Uzcátegui. Foto cortesía: El Universal.

En su libro Cuba y su futuro, citado por Uzcátegui, Luis Aguilar León agrupa seis tipos de daños antropológicos específicos: el servilismo; el miedo a la represión; el miedo al cambio; la falta de voluntad política y de responsabilidad cívica; la desesperanza, el desarraigo y el exilio dentro del país (insilio), y la crisis ética. Escrito sobre Cuba, es también ya una realidad en Venezuela.

De hecho, los pensadores del Gumilla hablan de la “implosión del proyecto de vida de la mayoría de los venezolanos, de cómo su manera de ser, estar y proyectarse en el territorio se ha trastocado irreversiblemente para mal”. Y añaden: “No solamente los destinos individuales han sido trastocados, sino la propia imagen que los venezolanos tenían de sí mismos, su identidad, los referentes que le daban sentido como país. El chavismo demolió la historia, colocando en su lugar no el ´hombre nuevo´ sino una gran desolación”. En ese proceso, según los investigadores, “Chávez focalizó la extensión del daño a sus adversarios, instaurando la discriminación como política de Estado, mientras Maduro lo “socializó” a toda la población, incluyendo a sus propios seguidores. Habrá quien piense que se trata de una exageración de especialistas, pero sobre todo habrá, y será una mayoría, quienes vean reflejadas allí sus propias observaciones y preocupaciones.

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Frente a esta realidad se impone la decisión de no permitir que el silencio, condición para que la parálisis, la aceptación y finalmente la sumisión se impongan. Hacerla visible es, sin duda, la mejor manera de impedir la profundización de un daño que se manifiesta a diario. Una de las maneras más serias de hacerlo es motivar la discusión sobre sus manifestaciones y sus causas y sobre el enorme peligro de su acentuación. El mayor aporte actual a Venezuela es el rechazo a la sumisión, no quitar el foco del drama, de manera que más personas sean conscientes de su gravedad.

Represión en Venezuela. Foto cortesía.

Alguien tiene que repetir que el cuadro desolador que en materia de dignidad y libertad ha ocurrido en Cuba puede ocurrir en Venezuela. La verdad es que está ocurriendo en términos cada vez más dramáticos. La reciente decisión del gobierno de Maduro de incorporar al embajador cubano en Venezuela en el Consejo de Ministros no solo confirma una dependencia ya incalificable, sino, también, ejemplifica el carácter y el alcance del dominio de la isla sobre Venezuela.

La acción de los amigos de Venezuela en el exterior tiene con este documento no solo un cuadro lacerante de la realidad venezolana, sino también un foco para su interés y su activa atención. Se dice que el interés de los amigos se concentra en el suyo propio, particularmente en frenar una contaminación política que afecte su seguridad y sus planes de crecimiento. Son muchos, sin embargo, los genuinamente preocupados por el venezolano y por un estado de cosas que se sostiene en la corrupción, la sumisión, la falta de derechos y de libertades. Lo saben las naciones de este continente, sometidas por largos períodos a condiciones dictatoriales, espacio para la injusticia, la desigualdad y el atropello. Y lo saben muy bien los países del viejo continente que han vivido los históricos casos de persecución por motivos raciales, extremismos religiosos o culturales. Esos países comprenden mejor la dimensión del daño y, en nombre de la humanidad, están dispuestos a hacer más de lo que han hecho por frenar su avance en Venezuela.

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Hay que repetirlo en todas las formas: el daño antropológico, aunque no figure en el discurso político, es el daño más grave, de consecuencias más prolongadas, con efecto destructor sobre el propio ser nacional.

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