Desmitificando al suicidio

El suicidio conmociona a las comunidades y genera creencias equivocadas acerca de las personas que mueren de esta forma o sobre aquellas que lo intentan.

La desinformación multiplica los tabúes y resulta contraproducente para aquellos que batallan contra pensamientos suicidas.

El investigador español Carles Alastuey señala que la ignorancia sobre el suicidio crea prejuicios y medias verdades sobre el fenómeno que cada año causa la muerte de casi un millón de personas en todo el mundo.

El menosprecio hacia el tema desemboca como un mecanismo de defensa ante aquello que no se alcanza a comprender y que atemoriza profundamente a la sociedad.

Alastuey, en el artículo Mitos y creencias equivocadas respecto a la muerte por suicidio (2015), desmitifica algunas percepciones erradas acerca de las personas que se quitan la vida o de quienes lo intentan:

No todos los suicidios son impulsados por una enfermedad mental

Aunque la mayoría de suicidios están asociados a trastornos mentales, no es cierto que todos aquellos que se quitan la vida son enfermos mentales. Lo que une a todas las personas con pensamientos suicidas es un sufrimiento emocional profundo, el cual conduce a pensar que la única forma de erradicarlo es la muerte.

El suicidio no es hereditario

El suicidio no es una enfermedad congénita ni hereditaria. Alastuey afirma que la formulación de este supuesto es una ofensa a todas las personas que han perdido a un ser querido de esta forma.

Aun cuando el suicidio de un ser querido podría causar sentimientos de culpabilidad y derivar en enfermedades mentales, esto no convierte al suicidio en algo hereditario.

No todas las personas con conductas suicidas quieren morir

La mayor parte de las personas que tienen conductas suicidas desean liberarse definitivamente del sufrimiento emocional y anímico que padecen y que en un determinado momento les resulta insoportable.

Morir es la alternativa que persiguen, pero no el fin último, pues lo que desean es no seguir viviendo del modo en que viven. Si se produjeran cambios en su vida esa situación podría cambiar, indica Alastuey.

La mejoría de una crisis no elimina el riesgo de suicidio

“Es habitual que cuando parece que las personas han mejorado tras sufrir una tentativa se produzcan intentos más graves. Las personas con ideas suicidas que ya han hecho algún intento pueden tener tres veces más posibilidades de un nuevo intento que aquellas que no lo han intentado nunca”.

El que intenta suicidarse puede dejar de intentarlo

Los pensamientos suicidas pueden regresar al cabo del tiempo, pero no son para siempre. En muchos casos, superada la crisis no aparecen nunca más. Las crisis suicidas pueden prolongarse a lo largo de horas, días, pero raramente por más tiempo, lo más importante es disponer de conocimientos y recursos para facilitar la intervención si se producen.

Los suicidas no son cobardes

El suicidio no es cuestión de ser cobarde y así pretender huir de determinados problemas, como se tiende a dar a entender de manera simplista.

“Asociando este comportamiento a una cualidad negativa de las personas, se contribuye a menospreciar esas conductas y a facilitar su ocultamiento por parte de quien sufre esos impulsos”.

Los suicidas no son valientes

Tampoco es un acto de valentía, pues este tipo de afirmaciones podría proyectar al suicidio como un acto digno de imitar.

“Atribuir valentía por ‘atreverse’ a tomar este tipo de decisiones, asocia un valor que socialmente suponemos positivo”.

Quienes mueren por suicidio se encuentran en todas las clases sociales

El suicidio es una conducta humana que se presenta en países en vías de desarrollo, desarrollados, y en cualquier clase de régimen político.

El contexto de una emergencia humanitaria compleja podría incrementar las conductas suicidas en un territorio, sin embargo, no es un factor determinante, pues el suicidio es multifactorial y afecta a todo tipo de personas en todos los lugares del mundo.

Todas las personas pueden ayudar a alguien con ideas suicidas

Hablar y razonar sobre esos pensamientos con la persona que los sufre contribuye a reforzar ideas positivas que le puedan alejar de esos impulsos.

Alastuey afirma que cualquier persona que sea capaz de no perder la calma y que conecte con ella puede facilitar que esa persona aplace su decisión y considere hablar más de su situación.

Hablar del suicidio salva vidas

Ofrecer razonamientos positivos y favorables a la vida, permite una visión alternativa de la situación.

Conversar sobre el tema reivindica la necesidad de reconocer y normalizar la atención al suicidio y a todas sus víctimas, sentencia el investigador.

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Carta III

“Estar a punto de terminar con mi vida ha sido un acto de total desesperación”

Carta V

Hablar del suicidio es una forma de combatirlo