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Tulio Hernández

Hablo de un cortejo fúnebre. Adelante, las elecciones parlamentarias que caminan embalsamadas hacia su propio funeral. Un ataúd en el hombro derecho y, en la mano izquierda, una pala para cavar su tumba. Detrás, con ramitos de flores ya mustias, los miembros egregios de la llamada “mesita”: Timoteo Zambrano, en silencio, de cara seria y traje oscuro. Claudio Fermín, con su tristeza vallejiana a cuestas. Rafael Simón Jiménez, forzando la sonrisa de hombre afable. Y Felipe Mujica, imperturbable, calculando. A lo lejos, Eduardo Fernández, distraído en la burbuja laica de su serenidad beatífica.

Mientras tanto Henrique Capriles, indeciso, anuncia que quizás no vote el 6 de diciembre. O que quizás si. Y María Corina Machado explica que cuando habla de intervención extranjera no necesariamente alude a una operación militar. O que no se sabe. La Unión Europea, con claridad, dice que no vendrá, que a fiestas mas legales la han invitado.  Mientras el incansable ex rector católico Ugalde tiende puentes con los obispos de la Conferencia Episcopal, pero reivindica la abstinencia electoral.

En América Latina solo Cuba y Nicaragua acompañan la farsa. Y, por supuesto, también vendrán vestidas de domingo la dictadura turca de Erdogan; la teocracia implacable de los ayatolas iraníes; el neo totalitarismo “kagebiano” de Putin; y el régimen de capitalismo salvaje chino. Confirmado: “dime con quiénes andas y te diremos qué modelo político eres”.

En realidad, las parlamentarias de diciembre habían nacido muertas. Como las presidenciales de mayo de 2017. El militarismo madurista trata de revivirlas, pero las dos operaciones de rescate – intentar incorporar al voto a un nuevo sector opositor, distinto a la mini-mesa y, de observador internacional, a algún organismo internacional, diferente a Cuba y Eurasia- ya fracasaron.  

Pero al chavismo esto poco le importa. Las elecciones para ellos son solo maquillaje. No son imprescindibles para que los ciudadanos elijan un gobierno. Ni para garantizar la alternancia que define a las democracias. Para la dictadura las elecciones son solo un pretexto. Un gesto de buenas maneras después de eructar en la mesa de la comunidad internacional. El antifaz participativo que oculta el rostro totalitario. Por eso las harán solos o acompañados. Les da igual.

Preparémonos. El próximo 7 de diciembre el chavismo hará un simulacro de celebración de un triunfo. Dirán, y habrá que escucharlo de nuevo, que “la voz sagrada del pueblo habló”. Repetirán, no se cansan, que “en su larga lucha contra el dominio imperialista y las oligarquías tradicionales inspirada en el legado de los comandantes Chávez, Bolívar, Fidel, El Che y Marulanda, y en las sagradas escrituras de Ignacio Ramonet, ha reconquistado un espacio ocupado por la ultra derecha vergonzante”. Bla, Bla, Bla.

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Las fuerzas militares ocuparán la Asamblea Nacional. Quienes eran diputados de la resistencia democrática –los pocos que quedan libres o aún no han partido al exilio– perderán su inmunidad y serán acusados de traidores a la patria.  Si no se ocultan serán llevados a los calabozos que el Sebin les tiene reservados. Jorge Rodríguez, el nuevo presidente de la AN, como El cobrador de Rubem Fonseca, seguirá reclamando lo que la humanidad entera le adeuda por el asesinato de su padre. Pero ahora pasará la tarjeta de débito desde el Palacio Federal.

En el acto de instalación previsto para 5 de enero de 2021 el huérfano del secuestro Niehous hará un discurso emotivo. Los diputados electos de la petit tableau lo aplaudirán de pie. Rodríguez le pedirá al Reino Unido que le devuelva el oro venezolano a la, a su juicio, ahora si legítima AN. A EEUU, que elimine las sanciones.  Al Grupo de Lima, que expulse a los embajadores paralelos porque Guaidó ya no es presidente interino. Con la voz a tope gritará: “¡Patria o muerte!”. Y el hemiciclo en pleno responderá con el puño en alto “¡Venceremos!”.

Entonces, vienen las peguntas decisivas: ¿Qué hará la dirigencia política de la resistencia democrática a partir de ese momento? ¿Qué orientación y mensaje nos darán a los ciudadanos comunes? ¿Seguiremos manteniendo la unidad a toda costa o marcaremos con claridad la distancia con los colaboracionistas? ¿Cuál será el paso siguiente a proponer? ¿Han estudiado, previsto y analizado la siguiente jugada? ¿Evaluado los escenarios posibles? ¿O nos quedaremos de nuevo en el limbo de la mudez?

¿Cómo y por quienes se gestionará de ahora en adelante Citgo, Monómeros, las cincuenta y siete embajadas, ¿incluyendo la representación en la OEA? ¿Las relaciones con el Grupo de Lima, la Unión Europea y los Estados Unidos? ¿Qué le diremos a la población que fielmente respondió a no convalidar las elecciones para que se mantenga activa y no sucumba a la desesperanza?

¿Desde dónde hablará Juan Guaidó cuando se esté instalando la Asamblea Nacional espuria? ¿Permitirá que le agarren preso o se declarará en desobediencia civil desde la clandestinidad? ¿Y qué acordará con la comunidad internacional? En ausencia de un nuevo parlamento legítimo, ¿trataremos de revalidar el mandato de la Asamblea Nacional electa en 2017? ¿O será mejor crear una especie de Junta Suprema – como aquella que en la crisis de independencia defendía los intereses de Fernando VII– para proteger los activos del país de la cleptocracia castro chavista?

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No lo olvidemos. Después del golpe de Estado sui generis, de “El Carmonazo”, en 2002, no hubo plan B: solo estampida. Una vez suspendido el llamado “Paro petrolero”, unos meses después, tampoco: solo evasión. Luego de la abstención en las parlamentarias de 2005: inercia y extravío. Llegó la devastación que dejó “La salida” en 2015 y 2107, y tampoco hubo plan alterno. Visitar los presos, llevarle flores a los asesinados y lamernos las heridas. Maduro intervino la AN legítima, creó la Asamblea Nacional Constituyente –también espuria–, usurpó la Presidencia y nada que aparecía otro plan.

Hasta que en enero de 2019 tuvimos uno alterno y visible: la Presidencia de Guaidó, el mantra de los tres pasos, la tenaza diplomática internacional y el gobierno paralelo.

Renació la esperanza.  Luego vino una saga de escaramuzas fracasadas: la movilización de Cúcuta, el golpe sin comandantes del 9 de abril en La Carlota, hasta llegar al enigma Gedeón. Y así al Plan Guaidó también se le fue agotando el oxígeno. Pero sobrevivió.

Porque nadie tenía otro. ¿Marines?, nunca hubo. ¿Golpes militares?, se acabaron los intentos. ¿La insurrección popular?, tres veces aplastada con sangre. No hubo asalto al Palacio de Invierno. Ni Toma de La Bastilla.  Solo declaraciones tremendistas y buenas intenciones.

Ahora viene la nueva jugada del chavismo. En tres meses. Es verdad que la nueva Asamblea Nacional nació muerta. Pero estamos en una era pos apocalíptica –la de las series Netflix, HBO, Amazon–, donde los muertos caminan y los cadáveres gobiernan. La URSS duró 77 años. El franquismo 36. La dictadura de Trujillo 31. El Castro- comunismo lleva 61. Maduro ya va por su segundo período presidencial y el “Socialismo del siglo XXI” cumplirá, el próximo 8 de diciembre, 22 años sin pestañear. Muchos menos que el castrismo, es verdad, pero catorce más que el pérezjimenismo y cinco más que Pinochet.

¿Tenemos plan B para el día después? ¿Y C para los siguientes? ¿Insistiremos en el mantra o inventaremos un nuevo plan de vuelo que no sea improvisado ni circense? ¿Seguiremos jugando carta con un crupier que las tienes marcadas y nos vigila con pistoleros asesinos? ¿O nos inspiraremos, pero no de palabra sino, de hecho, en el modelo Vietnam de los años 1960 o en el castrismo de 1959? ¿Tendremos estrategias de corto, largo y mediano plazo? ¿O nos ponemos en la misma fila del club de náufragos de la mesita asistiendo resignados, una y otra vez, a nuestro propio funeral?

O inventamos o seguimos en el cortejo fúnebre. Hubiese dicho don Simón. Pero Rodríguez. El educador.

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