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El régimen autoritario de Nicolás Maduro apuesta a toda costa a la que llama criptomoneda, una fantasía económica que no termina de surgir por más intentos fallidos y planes improvisados. Aunque para los economistas no es más que otra reconversión para enfrentar la agonía del bolívar.

El portal digital de El País publicó recientemente el relato de Carolina Guerra, ama de casa de 54 años, quien ha vivido de cerca la grave crisis que golpea a la nación petrolera, quien intentó comprar queso con medio petro, la criptomoneda de la que Nicolás Maduro lleva hablando dos años. Primero tuvo suerte, dice: no le costó tanto encontrar un negocio que aceptara la nueva moneda, hizo fila y esperó su turno. Pero cuando quiso hacer la transacción electrónica, el dinero desapareció. El encargado del negocio le dijo que la compra no se había procesado, una falla común en un país con una infraestructura en telecomunicaciones tan ruinosa que el internet, uno de los más lentos de la región, funciona en forma intermitente.

“Ni siquiera pude pedir el queso. Te hacían pagarlo primero, por si fallaba la plataforma”, cuenta ahora la mujer, un miércoles de enero, bajo el sol del centro de Caracas, mientras espera en otra fila para saber qué pasó con su dinero.

El bono del medio petro

En diciembre pasado, Maduro anunció la entrega de un bono de medio petro (equivalente a unos 30 dólares, o cuatro o cinco kilos de queso) para pensionados y trabajadores del sector público, unas seis millones de personas. Era la primera vez que los venezolanos podían salir a hacer compras con la criptomoneda que el Gobierno viene presentando como la panacea a todos sus problemas. “El petro es una maravilla y un milagro”, dijo entonces el jefe del régimen. “Es una nueva experiencia única y extraordinaria de nuestra economía”.

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El anuncio impulsó una avalancha de personas que salió a tratar de comprar productos como medicinas, queso y otros alimentos con su medio petro, y se pasaron el fin de año haciendo filas en negocios. En ese furor, 1,2 millones de venezolanos —según datos del propio Gobierno— pudieron gastarlo. Pero la primera semana de enero la plataforma entró en una fase de mantenimiento obligado que iba a durar solo una semana y luego se extendió hasta finales de este mes. Las operaciones quedaron en suspenso como el dinero de Carolina Guerra.

“Los que se vayan a registrar en la app del petro vuelvan mañana porque se cayó el sistema. Hoy solo se atenderán reclamos”, les dijeron a Guerra y a los demás que hacían cola los militares que controlan el acceso a la Superintendencia Nacional de Criptoactivos, el organismo creado en Venezuela para regular el petro y el intercambio en criptomonedas, cuya marca de nacimiento es, justamente, que puedan operar al margen de las regulaciones de los Gobiernos y de los bancos. Los comerciantes que habían aceptado el petro también quedaron esperando su dinero.

Las colas reinaron en los pocos establecimientos que recibían petros

Una mala jugada

El uso del petro inyectó una liquidez que disparó la inflación y dejó expuesta la fragilidad de esta herramienta en el rebote que tuvo en esos días el precio del dólar, que marca la economía en el país y va triturando el bolívar día a día. El efecto que causó obedece a su concepción misma: “El petro no es una criptomoneda: es un token digital, una ficha centralizada, politizada, direccionada y multipropósito. El Gobierno decide si lo usas como un beneficio social o para apostar en un casino. No se mina, tampoco es de uso voluntario sino obligatorio, la única manera que han encontrado para darle usabilidad. Es discrecional, el Gobierno decide cuando lo apaga”, explica el economista Aarón Olmos, especialista en criptomonedas.

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El bono de diciembre con el que Guerra esperaba comprar queso ha sido el paso más grande que ha dado Maduro, que busca a toda costa introducir el petro en la laberíntica economía venezolana, sancionada y en default, en la que más del 60% de las transacciones se hacen en dólares —y aún así a 90% de los venezolanos no le alcanzan los ingresos para comprar la comida—, y en la que el raquítico bolívar ha quedado relegado a unas poquísimas transacciones como pagar un viaje en autobús.

Además de ese bono, este mes Maduro agregó nuevos usos obligatorios para el petro como el pago de la gasolina que compren aerolíneas internacionales en el país y las tasas por trámites como los permisos de las navieras extranjeras para usar los puertos. También aseguró que le pagará a Cuba en petros por los servicios que sus delegaciones prestan en el país.

Hasta ahora, parece que la vía más fácil de consumir usando petros es comiéndolos: desde hace algunos meses, las tiendas oficiales Cacao Venezuela ofrecen a la venta unas monedas de chocolate que llevan el símbolo del petro en su envoltorio, con las leyendas “chocopetro” de un lado y “criptochocolate” del otro. El único problema es que no se pueden comprar con petros, porque la plataforma sigue en mantenimiento.


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