La madrugada del ocho de julio de 1835, a la cabeza del batallón Anzoátegui, el militar Pedro Carujo, puso bajo arresto al presidente José María Vargas. Apenas cinco meses había durado el Dr. Vargas en la jefatura del poder ejecutivo.
Para entonces, las autoridades políticas del país transitaban un periodo de reorganización iniciado por el Gral. José Antonio Páez, tras la disolución de la República de Colombia, en 1830.
Páez había iniciado una serie de reformas, desde la Constitución aprobada el 24 de septiembre de 1830, hasta la derogación de impuestos y reglas comerciales heredadas del régimen colonial.
La población del país que marchaba bajo la mano férrea del caudillo llanero, vivía en su mayoría de la actividad agrícola, aunque en años posteriores, efecto de las reformas impulsadas, fueron naciendo diferentes casas comerciales encargadas de brindar préstamos, y comprar mercancías para su posterior distribución y venta al detal.
Al final del periodo presidencial, en 1834, iniciaron las postulaciones para la presidencia de la república. En aquel momento era tarea del Congreso escoger vía elecciones internas al jefe del poder ejecutivo.
Entre los aspirantes estuvieron Carlos Soublette, apoyado por el mismo Páez, Santiago Mariño, Bartolomé Salom, y Diego Bautistas Urbaneja, según cuenta Leopoldo Moreno Brandt, en su ensayo, José María Vargas, un hombre justo.
Como se puede apreciar, los cuatro candidatos eran militares con amplia y reconocida trayectoria. De esos que algunos consideraban héroes de la independencia nacional.
Pero curiosamente surgió una quinta candidatura con dos características llamativas. Una, que se trata de un civil que se había desempeñado toda su vida como médico y como catedrático, y dos, que fue propuesto a regañadientes, puesto que como sostiene Samir Kabbabe, en José María Vargas: padre de la medicina nacional y de la civilidad, el doctor Vargas “había razado reiteradamente la propuesta”.
Pese a todo lo esperado, la mayoría del Congreso escogió al ilustre civil para encargarse de la presidencia, debiendo tomar posesión del cargo el nueve de febrero de 1835.
Su gobierno estuvo formado por Andrés Narvarte en la vicepresidencia; Antonio Leocadio Guzmán, en la Secretaría de Interior y Justicia; Francisco Conde, en la Secretaría de Guerra y Marina; y Santos Michelena, en la Secretaría de Hacienda y Relaciones Exteriores.
Es importante tener en cuenta la participación de Santos Michelena, quien ya se había desempeñado en este cargo bajo el gobierno del Gral. José Antonio Páez, y quien fue el principal impulsor y defensor de las reformas económicas que agitaron a varios grupos de terratenientes, siendo algunos de estos, los mismos veteranos de la independencia.
La primera crisis del nuevo gobierno se produce en abril de aquel mismo año, cuando el Congreso aprueba un impuesto aduanal destinado a la Hacienda Pública, que el Dr. Vargas rechazaba.
Este episodio condujo a que el 29 de abril el médico presentase su renuncia, la cual fue rechazada por unanimidad.
José María Vargas debió permanecer en un cargo que no quería desempeñar. Su vida siempre había estado hasta cierto punto bastante alejada de la política. Comenta Moreno Brandt, en el citado ensayo, que sólo en otras dos oportunidades se conoce que Vargas haya participado directamente en política. Una, es como vocal de la junta instaurada en Cumaná en 1810, y la otra, es como diputado del congreso constituyente de 1830.
De resto, los reconocimientos de civil provenían de su labor como médico, formado en la Universidad de Caracas y profesionalizado en la Universidad de Edimburgo. A quien, en 1827, el mismo Libertador, Simón Bolívar, le había encomendado la rectoría de la ahora llamada Universidad Central de Venezuela, para efectuar su reorganización y modernización, como acota Carlos Giménez Lizardo en su ensayo, José María Vargas, reforma universitaria en Caracas.
La renuncia de Vargas demostró pues, que no estaba dispuesto a enfrascarse en discusiones infructuosas, ni a crear asociaciones por mera conveniencia con grupos dentro del Congreso.
Este hecho seguramente sirvió para alentar los alzamientos militares que tuvieron lugar a partir del siete de junio de 1835, encabezados por Santiago Mariño, Diego Ibarra, Justo Briceño y Pedro Carujo, este último sería quien un mes más tarde pondría bajo arresto en Caracas al presidente Vargas.
Justamente, a partir de la detención del jefe de Estado, por parte de Carujo, nació una anécdota que vale la pena relatar.
Según se puede leer en el Diccionario de Historia de Venezuela, de la Fundación Empresas Polar, el militar con dispendiosa altanería le dijo a Vargas: “El mundo es de los valientes”. A lo que el médico, respondió enseguida: “No, el mundo es del hombre justo; es el hombre de bien, y no el valiente, el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”.
Ante la terrible situación a la que había sido conducido, José María Vargas no tuvo más opción que aceptar el destierro, puesto a bordo, junto a su vicepresidente Andrés Narvarte, de un navío con destino a Saint Thomas.
De esta manera, la llamada “Revolución de las reformas”, que buscaba crear una nueva constitución, y que promulgaba la instauración de una orden federal, puso fin a cinco meses de gobierno civil.
Vale acotar que José María Vargas no fue el primer civil en encargarse del poder ejecutivo, puesto que, en 1811, cuando se proclamó la república, Cristóbal Mendoza, político, historiador y jurisconsulto, fue quien empezó encabezando el triunvirato que gobernó hasta 1812.
El destierro de Vargas duró pocos meses, puesto que, José Antonio Páez, en calidad de jefe del ejército, emprendió lucha contra los insurgentes que ya habían nombrado a Mariño como presidente.
Para el 20 de agosto del mismo 1835, el médico es devuelto a su cargo, función que va a ejercer hasta el 24 de marzo de 1836, cuando por fin consigue que el Congreso acepte su renuncia.
De este punto en adelante el país verá pasar a otros tres personajes por la silla presidencial, con carácter de interinos, Andrés Narvarte, José María Carreño, y Carlos Soublette, hasta que Páez asume el cargo en 1839, generando cierta estabilidad, que, casi diez años más tarde, tocaría su fin con la llamada guerra civil de 1848.