La migración selló el destino de los venezolanos y desde entonces la Navidad nunca fue igual. La distancia entre quien se aventura en busca de un mejor porvenir y quien permanece en Venezuela dejó a las tradiciones la gran responsabilidad de reducir la lejanía y permitirles a los corazones sentirse cercanos al terruño durante la época decembrina.
César Briceño partió a Argentina en el año 2018 en compañía de su esposa. En Buenos Aires permanecieron los primeros meses, más tarde una llamada desde la Patagonia le anunció a la pareja una oportunidad laboral cuya ubicación los alejaba 989,33 kilómetros de la capital.
En Neuquén residen luego de aquella noticia. La ciudad al noroeste de la Región Patagónica se convirtió en su nuevo hogar, donde mantienen vivas las tradiciones navideñas cada diciembre para recordar su país, para no perder las costumbres aprendidas en el seno de sus familias y para echar raíces sin olvidar el lugar al cual pertenecen.
En especial practican la elaboración de la hallaca. La protagonista del platillo navideño venezolano es preparada en casa de César mientras la melodía de las gaitas zulianas recorre cada rincón, una botella de ponche crema adorna el mesón de la cocina, el árbol da sombra a los regalos y el pesebre guarda el nacimiento del hijo de Dios.
La hallaca se elabora en equipo con tareas designadas para cada miembro familiar: la preparación del guiso, la masa, la limpieza de las hojas de plátano, el armado, sigue el amarrado y por último la cocción. Durante esas horas de aliños, conversaciones y risas, Venezuela habita plena en el hogar de César.
Cuatros años han transcurrido tras la llegada del joven venezolano a territorio argentino, pese al tiempo pasado un deseo se encuentra intacto entre las ilusiones de César: tener a toda su familia con él otra vez.
Los días vividos en una geografía distintas le enseñaron que el mayor reto de un migrante es empezar de cero, no obstante, espera enseñar a su hijo que con humildad y voluntad todo se puede.
Prensa Frontera Viva
