“Estar a punto de terminar con mi vida ha sido un acto de total desesperación”

Mariana* intentó quitarse la vida para acabar con el sufrimiento. A través de esta carta, la venezolana, de 30 años de edad, reflexiona sobre aquel momento y descifra qué situaciones la hicieron tambalear entre la vida y la muerte.

I.

Ahora que lo analizo, hacer una carta de suicidio habría sido demasiada molestia en aquellas épocas en las que pensaba en maneras definitivas de morir. Porque sí, yo sé lo que es estar muerta, aunque el corazón palpite.

Sé lo que es desear partir de este mundo, aunque todo parezca estar relativamente bien. Recuerdo que no estaba triste en aquella época, en cambio, ahora sí siento emociones.

Cuántas veces he escuchado a la gente decir que está deprimida para referirse a estar triste. Creo que si supieran cómo se siente de verdad, lo pensarían dos veces.

Estar a punto de terminar con mi vida ha sido un acto de total desesperación, pues la salida más prometedora era el descanso eterno.

II.

No recuerdo exactamente qué año era, pero sí tengo grabada la imagen de mi abuela llegando de imprevisto cuando yo sostenía el cuchillo más grande de la cocina. Estuve a nada de cortarme las muñecas… un minuto más, un minuto menos, una vida, mi vida.

Culparon a los cambios de humor de la adolescencia, pero, ¡ojalá y cuando estaba así, hubiera sentido cambios de humor! Sí es verdad que la vez del cuchillo yo estaba en la pubertad, pero eso no era un detonante, creo yo.

Eso es algo con lo que todavía lucho y temo que vuelva a reaparecer permanentemente: Anhedonia, leí una vez en el informe de una psicóloga que me trató. Esto no era por un novio, porque ni tenía; no era por bullying, aunque sí que me lo hacían; tampoco consumía drogas.

Recuerdo lo que dijo mi papá cuando se enteró de mi intento de suicidio: “no entiendo por qué hizo eso, ni que fuera una drogadicta. Va bien en el liceo y tiene buenas notas”.

III.

Mi papá es una de las personas que me ha sembrado traumas y ahora que lo escribo me doy cuenta que aún no le perdono todo el daño que me ha hecho, aunque pensaba que sí.

Mi mamá estuvo ausente casi la mitad de mi vida. Trato de no culparla porque a ella también la abandonaron, pero eso tampoco debería justificar tanta crueldad en el pasado.

Ella me abandonó, regresó a los años y me golpeó salvajemente por no reconocer a una desconocida como mi madre. Pero a ella sí la he perdonado, creo, con errores como todos. Igual dejó un vacío que, ya en mi vida adulta, no he podido sanar.

IV.

Me regaño a mi misma y me regañan porque “no tengo que ser tan blandengue”, pero esa ‘debilidad’ significa que ya siento emociones. Ya puedo sonreír y sentir esa sensación, aunque son más las veces en las que estoy triste y, sinceramente, agradezco poder estarlo.

Luego de conversar con alguien cercano, me percaté que estaba llorando porque quiero a una madre. También quiero a un padre, pero no el mío. A él también lo abandonaron sus papás, como a mi mamá y a mí, pero, entre ambos, él fue quien me hizo más daño.

V.

Me dicen que debo quererme, pero ¿Quién me enseña? Me regaño, me regañan, siento vergüenza; estoy adulta, lo debí superar hace mucho. Soy una inmadura, todo esto ya no me debería importar, pero es una roca con la que cargo a diario.

Esto no es nada, hay gente que sufre peor. Ayer me dijeron que no debería estar así, que me compare con alguien que tiene cáncer. Me avergüenzo, es verdad, lo mío no tiene comparación, es una nimiedad, pero con tantos juicios, ¿Cuándo llegaré a quererme?

*El nombre de la escritora de esta carta se cambió para garantizar su anonimato

Carta II

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