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Por Humberto González Briceño @humbertotweets  

Al hablar de oposición política en Venezuela hay que establecer un criterio que defina lo que es y lo que no es oposición. Y quizás el punto medular es comenzar por responder ¿Oposición a qué o a quién? Desde 1999 la gran mayoría de los partidos políticos que dicen oponerse al chavismo han ejercitado su oposición dentro del marco establecido en la Constitución chavista de 1999 buscando por métodos electorales y otros un mero cambio de gobierno o de la administración política. Esta tesis lleva implícito el reconocimiento al Estado chavista como régimen y sus instituciones.

La tesis del cambio de gobierno por métodos electorales podría ser viable si estuviésemos frente a un Estado con instituciones al servicio de la república y con mecanismos constitucionales para garantizar cierto equilibrio e independencia entre los poderes públicos tal como ocurría, con todos sus defectos, en el antiguo Estado de partidos antes de la era chavista.

Pero lo que enfrentamos en Venezuela no es simplemente un mal gobierno que puede ser curado con unas elecciones como equivocadamente insisten los partidos de la mal llamada oposición. Lo que tenemos aquí es una camarilla criminal que ha creado un Estado con Constitución y leyes a la medida de sus intereses y se lo ha impuesto como legal al resto de los venezolanos. Las acciones y decisiones que emanan de ese Estado favorecen a los diversos clanes (bandas) civiles y militares que operan dentro del chavismo pero que son presentadas, sin serlo, como producto de la inapelable voluntad nacional.

Con esta lógica el chavismo busca diálogos, invita a participar en elecciones y hasta alienta una oposición en su contra, todo siempre que sea dentro de lo establecido en su Constitución y sometiéndose a su Estado e instituciones. El chavismo entiende que mientras él sea el propio Estado no hay ningún riesgo de ser desplazado del poder por los métodos que él mismo controla. Se podrán hacer innumerables negociaciones y elecciones que el resultado no será distinto al arrojado en las últimas dos décadas.

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Frente a esta realidad se nos presentan dos tesis. Una que propone cambiar al gobierno por vías electorales dejando intacto al Estado chavista y su Constitución. Este es el camino de diálogos que nunca llegan a nada concreto o fraudes electorales donde el régimen de vez en cuando le adjudica en forma rotativa gobernadores y alcaldes a su oposición sin desprenderse del control político esencial (Presidencia, Fuerzas Armadas, Asamblea Nacional, etc). Esta es la tesis en la cual la pseudo oposición partidista nos ha embarcado en los últimos 20 años.

La otra tesis es plantearnos la crisis política que vive Venezuela como una crisis de Estado y no como una crisis de gobierno. Desde este ángulo vemos que en Venezuela el Estado nacional ha desaparecido y ha sido sustituido por el Estado chavista que representa sus propios intereses y no los de la nación venezolana. La forma de enfrentar a un Estado que no representa el interés nacional no es a través de diálogos, negociaciones o elecciones sino buscando su derrocamiento definitivo.

En otras palabras, el criterio para definir a la oposición debería partir de la posición que asuma el actor político frente al régimen chavista como Estado y no frente a su gobierno. Así podemos decir que todo aquel que nos proponga cambiar al gobierno mediante elecciones dentro del marco de la Constitución chavista y el régimen político de 1999 forma parte de una falsa oposición porque en el fondo lo que busca es un cambio cosmético para dejar todo igual. Una oposición de estas características solo puede operar en beneficio del chavismo y merece ser llamada sin ambages falsa oposición porque a pesar de su discreto encanto y su capacidad para engañar simplemente no es verdadera oposición.

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Hoy vemos como la farsa perpetrada por el chavismo y los partidos de la falsa oposición se vuelve a repetir tal como ha ocurrido en estos 20 años. Es el mismo círculo vicioso de siempre que no sale, ni saldrá, de la fórmula negociaciones-diálogo-elecciones. La falsa oposición sigue proponiendo básicamente seguir en lo mismo y hacerle el juego al régimen chavista. Quizás a estas alturas no se trata ya de un error de cálculo o perspectiva política sino de un acto consciente y deliberado de jugar a ser la oposición colaboracionista que recibe prebendas y beneficios por los servicios prestados.

Mientras la falsa oposición siga ejerciendo una oposición a la medida de los intereses del régimen chavista solo podrá aspirar a vivir de lo que adjudique el chavismo y a ser comodín de inútiles escaramuzas diplomáticas por parte de países que tampoco tienen interés en desplazar al régimen. Con esa postura la falsa oposición, aunque disfrute del coqueteo de un gobierno blandengue con el Chavismo como la administración norteamericana de Joe Biden, jamás podrá convertirse en una referencia política viable para los venezolanos.

Los casi 7 millones de venezolanos que han abandonado Venezuela lo han hecho no sólo para huir de la barbarie chavista sino ante la convicción que con esa falsa oposición nunca se logrará un cambio político. El resto que se ha quedado en Venezuela en su mayoría sigue resistiendo con la única arma efectiva, por los momentos, contra la falsa oposición y el chavismo: La abstención militante. La migración y la abstención masivas muestran el rechazo y el desprecio de los venezolanos contra el oprobioso régimen chavista y su patética oposición colaboracionista.

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