Presentación
Con esta frase del poeta Igor Barreto, que es toda una narrativa de dolor y denuncia, titulo esta serie de relatos que escribo para dar testimonio de la amenaza de muerte que sufrimos a diario los venezolanos. Sentencia que nos acecha desde el poder policial del tirano, sistema asesino, dictadura de garra enguantada por la pericia matonil de la invasión cubana, que nos amenaza de muerte y secuestra nuestra patria.
Morir por las muchas maneras de matar que ejecuta el poderío castro chavista, es la lección extranjera que estamos viviendo los venezolanos. Morir a diario de mengua, de hambre, de miedo, de maltrato, de sufrimiento en la calle y en la cárcel… Morir a diario en cada despedida, en cada saludo de adiós… Morir al partir exiliados. Morir de nostalgia desde la lejanía del emigrante…
Resistir para vivir es nuestra decisión.
Venezuela es nuestra vida Venezuela no morirá.
¡Venezuela es inmortal!
Partire è un po’ moriré
Dante Alighieri
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Primer Relato
La muerte es otra caminante venezolana

_No es el primer caso, es uno más…
Yubisay habló en tono bajo, como quien cuenta un secreto, y agregó:
_Ni es el primero, ni será el último…
Seguía atenta el noticiero, mientras hacía con minucia su trabajo de manicurista, en una de las peluquerías de la Calle Real de Pamplona.
Esa mañana la noticia que transmitía la radio y se comentaba en las calles, era la muerte por hipotermia del niño de unos meses de nacido, en brazos de su joven madre, una venezolana que caminaba por la carretera del Páramo de Berlín, buscando un albergue que le habían dicho quedaba cerca de ese caserío de fríos hielos..
Según la prensa nacional el niño había muerto, en un municipio del Páramo presuntamente, a consecuencia de las bajas temperaturas.
_ Yo sé lo que es llegar hasta aquí, creyendo que uno va a un lugar seguro… Creyendo lo que le dicen, que hay sitios para dormir, para refugiarse del frío y la lluvia…
Yubisay continúo hablando bajito como si estuviera sola
_Uno llega aquí confiado, inocente, o mejor dicho convencido de que esto es un sitio seguro, que hay organización, que están los de las ayudas y que a uno lo van a atender ellos… los gringos, los de las iglesias.
Uno llega creyendo que hay camas y abrigo en esos refugios, porque es lo que dicen por el camino, por la carretera: _que hay gente que atiende en albergues.
Es lo que se ve en unos mapas que muestran en el Facebook y por la carretera hasta Bucaramanga. En esos mapa se ven en hilera las de casas que llaman albergues, y los letreros que dicen que ahí dan atención a los caminantes venezolanos.
Uno ve en los avisos los letreros de las iglesias protestantes, de la Cruz Roja que anuncian que desde Cúcuta hasta Bucaramanga, se consiguen por el camino esas casas y grupos encargados de atender a los caminantes.
Yubisay habla bajito y se esfuerza en no llorar…
Llegó a Pamplona hace dos meses. Llegó huyendo. La amenaza de allanamiento que su esposo pudo conocer a tiempo, los impulsó a viajar, a huir a la frontera. Se enteraron del peligro de cárcel que corrían, gracias a la gentes del barrio que les informaron de la llegada de unos guardias nacionales con acento cubano, preguntando por el teniente Ramírez.
Ella estaba en su trabajo de profesora en un liceo, y su esposo teniente coronel ya retirado de la Guardia Nacional, en la concesionaria de automóviles, donde trabajaba como vendedor de motos y carros usados. Vivían en Aragua, cerca de Maracay. Tan pronto les avisaron, se fueron a casa de unos amigos que planeaban viajar con ellos. Buscaron el dinero que les tenían para ir a Ecuador. Tuvieron que salir rápido, solo con el tiempo justo para buscar sus ahorros, y a través de amigos le enviaron recado a sus hermanos, para que sacaran los muebles y los electrodomésticos, y les ayudaran a vender todo. Pusieron en venta hasta el carro y la casita en el barrio militar.
_ Reunimos todo lo que pudimos para el viaje, porque estábamos haciendo planes de irnos. Apurados buscamos un taxi que nos llevó a la carretera, porque en el terminal podía estar la guardia nacional pidiendo papeles, y seguro tenían en la lista para apresar a mi esposo. Paramos un bus de esos que van hasta la frontera con Colombia. Tuvimos suerte de encontrar cupo. Decidimos llegar a Cúcuta y de ahí seguir enseguida a Quito donde están varios compañeros y amigos de mi esposo. El plan era tomar en el terminal de Cúcuta un bus hasta la frontera con Ecuador.
Llegamos a San Antonio del Táchira y pasamos a pie el Puente Internacional. Allí nos rodearon un grupo muchachos que después supimos, los llaman “remolcadores”. Nos ofrecieron contactar a un chofer de esos buses grandes que viajan hasta Quito. Dijeron también que nos ayudarían a sellar el pasaporte sin hacer tanta cola, y nos cobraron cincuenta mil pesos porcada uno. Le pagamos y estuvimos dos días esperando hasta que un amigo del remolcador nos llevó a sellar. Allá nos dieron un papel con un número y nos dijeron que teníamos que esperar.
Pagamos por todo: por utilizar un baño, por utilizar una silla, por estar debajo de un toldo. Por utilizar un paraguas para protegernos del sol, por un vaso con agua, por un trozo de papel higiénico.
Al cambiar los bolívares que traíamos, a pesos colombianos, la plata se nos volvía nada. Nos dimos cuenta que no podíamos seguir gastando más de lo que teníamos planeado, entonces decidimos ir directo al terminal de Cúcuta, allí alquilamos unos minutos un teléfono para mirar por faceboock y en google como llegar a Ecuador. Decidimos hacer un tramo a pie, hasta Pamplona para que nos alcanzara el dinero. Nos dijeron que había un mapa que explicaba cómo era ese camino y como era la ruta y los albergues que nos podían dar posada.
Nos comunicamos con una amiga en Ecuador y ella nos envió información. Fue muy sincera, nos dijo:
-Yo no me quedé allá en Pamplona, pero vi al pasar unas dos casas con letreros que decían albergues, y tenían avisos de ayuda, y otros sitios por la carretera con gente esperando. En los letreros anunciaban que allí atendían a los caminantes.
Decían: Punto de atención a los caminantes venezolanos.
Pregunté y dijeron que allí se conseguía dónde dormir y comer….
Revisamos en google y encontramos un plano que decía Red de albergues, y nos fijamos que era verdad, que tenía letreros de la Cruz Roja y otros con nombres religiosos, y en todos se ofrecía ayuda.
Nos confirmaron en el terminal que en algunos sitios del camino por las carreteras desde Cúcuta a Pamplona, y luego a Bucaramanga decían que habían albergues. MI esposo pregunto cómo era la ruta de Cúcutaa Pamplona, y unos muchachos le contestaron:
_Arrecha…pero caminando suave se llega en un día.
Yo pregunte a unas mujeres venezolanas, y me dijeron:
_Ni se le ocurra ir caminando hasta Pamplona con ese niño tan pequeñito. Por el camino hace mucho calor, pero ya cerca de Pamplona comienza el frío y además llueve en la noche. El bebé se le puede morir
Como ya teníamos tres días durmiendo en un terreno cerca de un parque, pagando veinte mil pesos por dos cartones con goma espuma para dormir, y pagando a un celador para que nos cuidara, ya cansados y además con miedo a que nos robaran el dinero de los pasajes a Ecuador, decidimos tomar un bus a Pamplona, para ir a un albergue y al día siguiente continuar a Bucaramanga.
Volví a contactar por faceboock a mi amiga y le pedí que me informara más sobre los albergues. Ella me dijo que buscara el plano de la ruta de Cúcuta a Pamplona y que en la entrada ella había visto al pasar dos sitios, una casa y un garaje que tenían escritos letreros anunciando atención a los migrantes venezolanos.
Vimos por internet en uno de esos letreros un número telefónico de contacto. Llamé y me contesto un señor que me dijo que teníamos que llegar antes de las 5 de la tarde… “para que alcancen a comer”. Y que solo podíamos estar por una noche.
Preguntamos cuanto teníamos que pagar y me contestó: _ “Ahí arreglamos.
Decidimos pagar el pasaje a Pamplona en autobús. Fueron más de tres horas, porque los trabajos de construcción de la carretera provocan un “trancón”, de cuatro o más horas.
Vi en hilera a los venezolanos caminando con sus morrales tricolor, con sus maletines de tela, algunos con maletas. Vi a mujeres y niños y muchos hombres jóvenes, que andaban despacio, cansados. Cuando el autobús se detenía, venían a pedir una ayuda. Una contribución, una limosna para comer.
Llegamos a un sitio llamado Puente de Chíchira. Allí vi una casa con un letrero que indicaba que ese era el “Albergue”. Preguntamos y ya no había cupo. Fuimos al lado, donde estaban varios caminantes esperando. Ahí nos dijeron que solo tenían cupo para mí y el bebé, y que en una hora repartirían aguamiel caliente. Para los hombres no había más cupo. Mi esposo tenía que quedarse afuera en la calle.
Casi a la orilla de la carretera comenzaba una escalera de tablones de madera. Subí los escalones hasta a un terreno de piso de tierra, y me encontré a un grupo de mujeres con niños, y me invitaron a seguir. Levantaron un plástico negro que servía de cortina y puerta…
Todavía me siento llena de dolor y miedo cuando lo recuerdo. Todavía siento ese miedo y esa tristeza como un trago de agua helada que se me atascó en la garganta. No sabía si entrar o salir corriendo. Lloviznaba y hacía mucho frío. La luz parecía apagarse con la lluvia… Abrigué más a mi niño y caminé con cuidado por entre las tablas y el piso de tierra.
Una mujer con dos niños me llamo con gesto y me hizo campo en la cama de retazos de goma espuma, tiras de telas y cartones que les servían de colchón. El olor a humedad y el humo de los grandes camiones que pasaban por la carretera a unos pocos metros de nosotros, se me pegó en la ropa. Cuando quise hablar con esa mujer venezolana, no pude pronunciar palabras.
Comencé a llorar… Lloré en silencio por mi niño, tan pequeñito. Por mi esposo que alcance a ver al frente, al otro lado de la carretera cubierto por una bolsa de plástico negro, sentado en el suelo del puente. Lloré de verme ahí en ese “cambuche” de palos y plásticos, rodeada de mujeres y niños que me miraban callados… era como una pesadilla.
Dormí un poco y soñé que estaba en una cueva oscura, en un sótano como el que decían que era el sótano de la cárcel donde está preso mi hermano. Comencé a rezar mientras seguía llorando callada. Más tarde empezó a llover más fuerte y entonces me desahogue llorando. Lloré tanto, y tan fuerte que me llamaron por mi nombre y me dijeron que ya me traían algo de tomar.
Me parecieron horas las que pasé esperando la anunciada comida. _ Tómese esta aguamielita con cidrón para que se abrigue. La ayudará a tranquilizarse.
Tomé despacio la aguamiel caliente con pan y agradecí a Dios por esta comida.
Llovió toda la noche. El piso se convirtió en un barrial, y en la madrugada ya todo estaba mojado. Nos subimos a unas cajas con listones de madera, como plataformas para no mojarnos más. Me puse una bolsa de plástico negro para cubrirme, y tapar a mi niño. Mi preocupación era que no se mojara. Lo protegí y abrigue todo lo que pude, para salvarlo del frio, de la lluvia, de enfermarse.
Pase la noche entre dormida y despierta, llorando, rezando, y preguntándole a la vida, que había hecho, que estábamos pagando los venezolanos para tener que salir así de Venezuela, de nuestra patria, de nuestro barrio, de nuestra casa. Para tener que huir dejando a nuestra familia, nuestra gente. Que maldición. Que destino, que castigo, que dolor nos esperaría en el camino, huyendo como jamás imagine que lo haríamos.
Llore y lloré mientras pasaba la noche y amanecia. Hacía mucho frío y tenía mi ropa mojada… pero mi niño estaba abrigado y seco.
Las mujeres me ayudaron a ir a otro sitio, al frente en el puente, y después a la casa.
Me dieron ropa seca y un pan con chocolate caliente. Cuando quise tomar la tasa con mis manos, me di cuenta que temblaba tanto que no podía sostener el pocillo. Tenía fiebre y escalofríos.
Me llevaron a una habitación con una cama. Me dieron una pastilla para la fiebre. Por primera vez en muchos días puede estar acostada en una cama. La lluvia seguía y la fiebre también. Mi niño comenzó a respirar con dificultad. A los dos días nos llevaron al hospital. El diagnostico era de cuidado porque tenía mucha fiebre.
Vi llegar a mi esposo. Me visitó y me trajo unas galletas y unos caramelos para la tos. No me dijo que lo habían robado, que ya no tenía el dinero de los pasajes a Ecuador. No me dijo que estaba en la calle pidiendo limosna. El venía todos los días a la hora de la visita y me traía siempre las mismas galletas y caramelos.
Ahí estuve días, acompañada de otras venezolanas hospitalizadas por muchas razones, casi todas por estar resfriadas y muy enfermas por el frío. Un grupo de estudiantes de Pamplona y de voluntarios venezolanos nos trajeron la comida de cada día, ropa, medicinas y cobijas. Con la ayuda de los paisanos y esos estudiantes conseguimos una pieza que alquilamos por unos días, mientras nos llegaba un dinero que nos enviaría una amiga desde Bogotá y que contactaron mis hermanos.
Salí del hospital para ese cuarto en un barrio, lejos, arriba en la montaña, a donde tuve que llegar después de caminar casi una hora. A los días con el grupo de los venezolanos conseguí este trabajo de manicurista, que me ha servido para sobrevivir. Mi esposo cuida al bebé, y hace la comida mientras yo trabajo
_ No nos atrevemos a irnos hasta que esté bien, y el niño se haya recuperado.
Los médicos dicen que no aguantaría el viaje. Que debemos esperar
Yubisay me dio el teléfono de una amiga, y el de la peluquería y me dijo que le avisara si le conseguía el alimento especial para el bebé que le había recetado el pediatra. Y también ropa para los tres. Vi que estaba muy ansiosa, y que me insistía en que por favor le diera varios kilos de ese alimento, para ella tener de reserva, por si acaso no se encontraba más conmigo.
Pensé que era lógico que tuviese miedo de no tener suficiente comida y ropa, y conseguí varios envases de ese suplemento nutricional, y de leche. Se los llevé junto con más ropa y la comida que ella me había recomendado que le consiguiera con tanta urgencia. Le prometí volver en unos días. Volví y me dijo que les habían prestado dos teléfonos celulares, un secador de cabello, una licuadora, una hornilla eléctrica y unas ollas para preparar los alimentos del niño y los teteros. Me pidió ayuda para viajar a Bucaramanga en donde según dijo, una amiga venezolana la iba a recibir por unos días para trabajar como manicurista, y también aprovechar para ir al médico y traer un donativo de medicinas y mercados.
Le conseguí los pasajes solo de ida porque ella me dijo que regresaría con unos médicos venezolanos que la iban a traer hasta Pamplona.
A los días cuando fuia la peluquería ya no estaba
_Yubisay se fue… me dijo la dueña de la peluquería.
_ Se fue y se llevó todo lo que le habíamos prestado. Se lo robó.
A las semanas recibí una llamada. Era Yubisay.
Me agradeció la ayuda, me dijo que me bendecía por confiar en ella, y por ayudarla, y que tan pronto pudiera me enviaba lo de pagar en la casa de empeño a donde había dejado en prenda todo lo que le habían prestado.
_Yo quiero quedar bien con usted y con todos los que me ayudaron en Pamplona.
_Quiero responder por todo.
_Ayúdeme a quedar bien.
Me envío al teléfono la copia de la factura de la casa de empeño, y a los días envío una remesa a Efecty con una parte del pago. Le ayudé con mis amigas a reunir lo que faltaba para completar la cantidad, y nos devolvieron el teléfono y los electrodomésticos. Fuimos enseguida a llevarlos a la señora de la peluquería.
Un día recibí una llamada de un número de Ecuador. Era Yubisay.
_Estoy bien señora, con el niño en tratamiento todavía porque le da tos y sigue delicado. Le han hecho exámenes porque con la fiebre convulsionó varias veces. Pero el médico dice que se recuperará
_Dios la bendiga. Gracias a todos ustedes nos salvamos de la muerte
Se que como usted dice, esto es un aprendizaje, una lección.
Seremos mejores… un día volveremos a Venezuela siendo mejores.
Los venezolanos nos merecemos regresar y salvar a nuestro país…
Cuando regresemos seremos más venezolanos que antes.
Saludos a todos los que nos ayudaron
Dios la bendiga. Dios bendiga a Pamplona
Por Leonor Peña.