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Por Tulio Hernández

No había terminado el primer día del nuevo año, y aún teníamos en la boca y en el cuerpo el fresco resonar de la mesa navideña, los buenos augurios, los mejores deseos, las voces de la esperanza, cuando me encontré cara a cara, a través de un artículo editorial de El País de Madrid, con los primeros recordatorios de la vida real a la que nos enfrentaremos —puede decirse que en todo el planeta­— durante un año que nace marcado por la incertidumbre y no muy buenos augurios. Un año que demandará entereza, integridad y mucha imaginación e inteligencia colectiva.

El editorial al que me refiero se titulaba “Feliz Déjà vu”. Y se titula así porque el autor supone que, en Europa, gracias a la invasión rusa a Ucrania, se está viviendo un paralelismo entre la situación actual y la inmediatamente anterior, allá por 1914 o 1940, al estallido de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. No es un escenario alentador.

Tampoco es alentador, subraya Víctor de la Fuente, el autor, la creciente tensión internacional entre países en declive y países en ascenso, más la creciente desigualdad económica en lo interno de los países entre ricos y pobres, y el creciente desapego o indolencia social con —como sucede grotescamente en Venezuela—, unas clases privilegiadas se hayan cada vez más entregadas al lujo y al consumo voraz sin mirar la depauperación que le rodea. El diagnóstico es que estamos en un “mundo Titanic”: que se va hundiendo mientras la orquesta sigue tocando.

No es solo Europa. Un mundo Titanic es el que, sabemos, se vive también en países como Nicaragua y Venezuela. Todos los análisis muestran que Nicaragua entra al 2023 sin que se vislumbre cambio alguno en la continuidad de la tiranía ni posibilidades remotas de liberación de los presos políticos. Y Venezuela ha culminado el año con una producción de escritos de reconocidos juristas y analistas políticos que opinan con pesimismo y desencanto sobre la operación mediante la cual una mayoría de la Asamblea Nacional decidió poner fin al gobierno interino, y la presidencia de Guaidó que, aunque no condujo a la salida del régimen militarista como era el propósito inicial, funcionó como muro de contención permitiendo que más de cincuenta países democráticos desconocieran al gobierno espurio de Nicolás Maduro quien gobierna por el poder de fuego de las Fuerzas Armadas Nacionales y no por el poder  legítimo del voto.

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La conclusión dominante, al menos entre los constitucionalistas más lúcidos y probos, es que se trata de una especie de golpe de Estado sui generis que le abre paso a la consolidación del gobierno de facto de Maduro. Otros como el analista internacional Andrés Openheimer hablan de un “suicidio” de la oposición.  

Ese primero de diciembre pasé luego a leer las reflexiones menos pesimistas en torno al nuevo gobierno de Lula y, aunque obviamente hay una esperanza de “renacimiento del Brasil” ante el obvio desastre Bolsonaro, todos los analistas comienzan señalando las grandes dificultades que encontrará Lula en este su tercer mandato. Primero, ya no es un gobierno de apoyo sólido y cómodo, el triunfo sobre Bolsonaro fue por una estrecha diferencia de apenas un 1.8%.  Segundo, Lula gobernará sin tener mayoría en el parlamento. Tercero, ya no estará ante una economía en crecimiento como la que le tocó en su primer gobierno en una era cuando las materias primas latinoamericanas vivían un alza creciente, producto, entre otras cosas, de la voracidad china de comienzos del siglo XXI. Y, por último, vive la hostilidad violenta de los bolsonaristas.

En Colombia tampoco el optimismo es materia que abunde. La inflación que azotó fuertemente en el mes de diciembre y se calcula en un 13%; el repunte en estos primeros días de enero del precio del dólar; la inminente subida de aranceles a las importaciones provenientes de China y otros países para proteger las manufacturas made in Colombia; el desmentido por parte del ELN del cese al fuego bilateral anunciado por el gobierno; la sensación de que el presidente Petro quiere saltarse la autonomía del poder judicial, soltar a los condenados y enjuiciados por violencia delictiva en las protestas del 2021 y crear una especie de comandos civiles a la manera de los colectivos del chavismo; aunque aún no debilitan exponencialmente  su popularidad, comienzan a empañar el entusiasmo de los primeros días de gobierno y generan una intranquilidad entre sus adversarios, el empresariado y la ciudadanía no convencida por estos proyectos que, en un país de tradición violenta, pone a los extranjeros que aquí vivimos en alerta de intranquilidad.

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Otro déjà vu. Muchos caen en la tentación, quizá de manera automática, de hacer un paralelismo, ya no con los escenarios previos a la Primera Guerra Mundial sino con los pasos que comenzó a dar Venezuela en la primera década del siglo XX, hasta llegar al apocalipsis que ha expulsado del país a un poco más de siete millones de personas, algo así –debemos subrayarlo– como la suma exacta de las poblaciones de Madrid, París y Roma.

Y hasta Cuba, país donde la desgracia, las carencias, la represión hace décadas que dejaron de ser noticia, se muestra al borde de una nueva tragedia económica parecida a la ocurrida en el llamado “período especial”, cuando la isla roja quedó en el desamparo, sin comida, gasolina, ni electricidad, luego de la caída del muro de Berlín y la llamada Cortina de Hierro. Ya Venezuela no puede suplirle el petróleo necesario, China no es una tarjeta de crédito sin límites, las remesas no compensan lo suficiente y Díaz Canel hace viajes infructuosos pidiendo una limosna por el amor de Dios.

El futuro ya no es como antes. Estamos ante un escenario muy distinto a aquel que vivimos cuando cambiamos de milenio. Pareciera que el entusiasmo contagioso del Año Nuevo, la idea cíclica de que lo que viene será siempre mejor, esta vez se ha disipado rápidamente. El futuro ya no es un cheque en blanco. La vida no es una carrera inexorable hacia el progreso. El mundo, sugieren muchos, ha comenzado a girar al revés. Los avances tecnológicos, los algoritmos, la inteligencia artificial ya no nos cautivan como puentes paradisíacos hacia el futuro y en todas partes el temor y la duda reinan sobre la ilusión. Lo bueno es que el autor de “Feliz Déjà vu” termina deseándole a los lectores en su primer artículo del año un Feliz 2023. Aunque el año ya no es nuevo, este servidor también. En los tiempos difíciles también, siempre, hay espacio para la esperanza.

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