Si alguien quiere evidenciar hasta dónde se ha vulnerado la soberanía venezolana y a qué punto ha llegado el resquebrajamiento de la institucionalidad y la seguridad nacional, es suficiente con adentrarse en cualquier camino ilegal que lleve a Colombia desde el territorio venezolano. Sin recato, ni disimulo, la guerrilla armada y militares venezolanos administran, dirigen y sacan provecho de los negocios oscuros que se esconden detrás del cierre de la frontera. Las violaciones reiteradas a los derechos humanos, el tráfico y micro tráfico de todo lo prohibido está ocurriendo en este momento en la zona, con la anuencia de los poderosos
Por Joseph Schastlivyy
El reloj marcaba las tres y treinta de la tarde cuando Laureano llegó a la población fronteriza de San Antonio, sin pausa aceleró el paso, ya en la plaza Bolívar, lo esperaba “Corredor”, un joven delgado, de piel curtida por el sol, con ropas desteñidas y sudadas. Laureano descansó unos minutos, se retiró el tapaboca, secó el sudor y bebió agua de un termo.
A “Corredor”, lo había contactado a través de un amigo para que le indicara el camino que lo llevaría a través de los pasos ilegales a Colombia.
La movilización de peatones por los puentes internacionales que unen a Venezuela y Colombia está restringida -hay excepciones- el pasado mes de junio el presidente colombiano Iván Duque, anunció la apertura de la frontera terrestre y fluvial con Venezuela, luego de haberla mantenido cerrada desde marzo de 2020 como medida preventiva para evitar la expansión del coronavirus.
“Corredor” mira la hora en el celular y hace una seña a Laureano. Hay que correr porque a las 4 de la tarde empezaba a regir un toque de queda en la zona para ese momento y la movilización ciudadana no era permitida para algunos.
La temperatura en la fronteriza población superaba los 35 grados centígrados, Laureano toma el morral, se levanta del suelo, y sale nuevamente a veloz carrera, esta vez acompañado de lo que se conoce en la zona como “trochero”, el acompañante de camino y experimentado en ese tipo de andanzas.
“Nos vamos por La Playa, salimos a La Invasión y de ahí agarramos la vía a La Platanera”, explicaba el conocedor de la zona al marcar la ruta, mientras apresuraban la caminata.
Al menos un kilómetro se camina hasta la entrada del paso ilegal donde hay una improvisada reja de metal que se abre y se cierra como si se tratara de una vaquera. Esta custodiada por civiles armados y soldados del ejército venezolano que portan fusiles. Ambos grupos trabajan de manera coordinada, acción que se hace más evidente al constatar el arribo de un oficial militar venezolano de alta jerarquía que conversa con parte de los custodios de la trocha.
¡Alto!
Las calles adyacentes al paso ilegal conocido como La Platanera, están repletas de personas que buscan cruzar al otro lado del río Táchira, afluente que separa a Venezuela y Colombia, además están quienes viven de la venta de helados, agua, alquiler de celulares, servicio de mototaxis y otros oficios.
Para el momento de cruce el camino ilegal que lleva al corregimiento colombiano La Parada, está cerrado, anunció desde la entrada a la trocha un hombre joven vestido de civil, usaba un tapaboca impreso con camuflaje militar y aun lado estampada la figura del conocido guerrillero Ernesto “Che” Guevara. A mitad de pierna un arnés que sostenía una pistola y en la mano un radio transmisor.
Durante el lapso de tiempo que transcurrió antes de reanudar el paso -dos horas- decenas de personas intentaron aglomerarse en el lugar, pero salían de un lado y otro más civiles armados, con tapabocas similares al anterior y las ahuyentaban. No pueden permanecer en el lugar, tienen que retirarse mientras la puerta está cerrada y custodiada también por soldados venezolanos.
“Dicen que hay una comisión encabezada por un general en el puente -Simón Bolívar- y por eso cierran el paso. ¡Es paja! Siempre hacen lo mismo mientras ellos -los militares- pasan por otro lado los camiones con mercancía”, explicó Corredor, el guía de la trocha.
Durante la espera los niños lloraban, una mujer se desplomó desmayada, otros esperaban en silla de ruedas y en el ambiente se sentía que cada paso que se daba era observado por algún civil que sigilosamente parado en una esquina o debajo de un árbol, avistaba los movimientos de los transeúntes, comentó Laureano.
De pronto llegó la orden de abrir el paso ilegal y la gente se olvido que vive en medio de pandemia, que hay un virus que contagia y mata. En ese momento lo único importante parecía ser cruzar el río y llegar a territorio colombiano. En medio de una enorme fila que se formó en cuestión de segundos, se empujaban y amontonaban unos encima de otros.
A las puertas de la trocha empezaron a llegar más civiles, todos daban ordenes a las personas en fila, pero solo uno dirigía al grupo. La puerta se abrió y enseguida se inició una carrera por la supervivencia en los caminos verdes, escarpados y con improvisados puentes de madera instalados sobre el río.
Ilegalidad sin tapujos
Sin caretas, ni prejuicios se ve la ilegalidad y la perdida de la institucionalidad y soberanía de un país en los caminos verdes que conducen desde las poblaciones fronterizas de Venezuela hacia Colombia, dijo Laureano con tono de molestia.
El paso ilegal se abre primero del lado venezolano, pero cuando se va a mitad de camino, una estampida de rinocerontes -así llamó a quienes transportan grandes cargas en hombros- empiezan a levantar polvo y a abrirse espacio entre la multitud para ingresar al territorio venezolano, provenientes de Colombia.
Los bulteadores avanzan, pero se detienen cada cierto tiempo en improvisados ranchos de palos y techo de latas. Allí adentro se resguardan del sol los militares y civiles armados, detienen a quienes transportan mercancías, mientras acuerdan un pago para pasar ilesos al otro lado, salen billetes extranjeros y el contrabandista retoma su rumbo.
En las trochas todos pagan al cruzar, unos más que otros, pero en promedio el ciudadano común que se moviliza sin mercancías por el lugar deja “una colaboración” de 2000 pesos colombianos, poco menos de un dólar. Esa cantidad fue dejada por Laureano en el pote que administran los civiles armados junto a los militares venezolanos.
Los pasos ilegales se han convertido en la mayor “autopista” para el transporte de combustible desde Colombia, hacia las poblaciones fronterizas venezolanas, ante a crisis de escasez que vive el país petrolero.
En bicicletas o sobre los hombros se transportan montañas de bidones plásticos vacíos que luego regresan por la misma vía repletos de gasolina colombiana.
“A los bicicleteros que cargan con los potes para almacenar gasolina ni los miran los militares venezolanos y los civiles menos”, comentó Laureano.
Cualquier cosa que sea imaginable y necesaria de transportar, como los alimentos, cruzan los caminos verdes entre Venezuela y Colombia, muy cerca del puente internacional Simón Bolívar que permanece cerrado por el gobierno de Maduro para el comercio y transporte legal de mercancías desde febrero de 2019.
Sin ley, pero con códigos
Alrededor de 52 trochas han sido identificadas por las autoridades colombianas en el trayecto que va desde el puente internacional Simón Bolívar hasta Puerto Santander.
Las personas que se sumergen en esos espacios sin ley quedan expuestos a la voluntad de quienes las controlan, en su mayoría grupos irregulares.
No se tiene preciso en tiempos de pandemia cuál es la cantidad de personas que a diario transitan de un lado al otro de la frontera, pueden ser miles sin temor a especular. Lo que, sí está claro para los conocedores y para quienes al menos una vez se han arriesgado a cruzar las trochas, es que en estos caminos ilegales existen códigos de seguridad y supervivencia.
No está permitido el uso de teléfonos celulares, ni ningún tipo de dispositivo electrónico que deje rastros de lo que allí ocurre.
No es conveniente desacatar ninguna voz de alto proferida por quienes controlan el lugar. Siempre se debe “colaborar” con algo de dinero, es obligatorio para quienes lleven pequeñas o grandes mercancías.
Observar de manera insistente el trabajo en equipo que realizan los soldados del ejército venezolano o los irregulares puede ser visto como un agravio, evite cruzar miradas con desconocidos y seguir detalladamente su actuación, vestimenta o armamento.
“Ayer un pelao se puso a sacar el celular, estaba ya oscuro y lo pillaron. Se lo llevaron, le quitaron el teléfono y le dieron una paliza por sapo. Corrió con suerte porque hay otros a los que desaparecen”, comentó Corredor, refiriéndose a un suceso ocurrido el día anterior dentro de la trocha La Pampa.
El ambiente, aunque cotidiano para muchos está impregnado de misterio y malevolencia, son muchos los que allí entran y no salen con vida, le explicó el guía a Laureano.
Algún día saldrán a la luz no solo los depósitos de restos humanos que se esconden en los matorrales de los pasos ilegales, entre Venezuela y Colombia, también la infinidad de negociaciones y violaciones a los derechos humanos que se han protagonizado en los vastos territorios sin ley pero con la presencia de ella, expresada en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana -FANB-.
Al fin Laureano llegó sano y salvo al corregimiento colombiano La Parada, luego de salir de la trocha. Corredor lo escoltó hasta tomar un taxi, recibió un pagó de 10.000 pesos por la guía y acompañamiento, precio que queda corto a todo lo aprendido por el joven venezolano que viajó desde Mérida, solo a comprar un tratamiento para el Parkinson que padece su padre y en Venezuela, no lo consigue.