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Tulio Hernández @tulioehernandez

Si todo sigue como el Tribunal Supremo de Cabo Verde lo anuncia, dentro de pocas semanas veremos una foto de Alex Saab, el amigo personal de la diputada Piedad Córdoba, vestido con el uniforme naranja que se le entrega a los presos en los Estados Unidos para que lo vistan en su nueva residencia.

Será una imagen histórica. Porque el empresario colombiano de origen libanés –ahora nacionalizado venezolano por obra y gracia de su socio para delinquir Nicolás Maduro–, reúne muchos de los ingredientes necesarios para formar parte del staff de criminales hechos leyenda por la industria del audiovisual cinematográfico norteamericano.

Primero, porque hablamos de un criminal peso pesado, con muchos ceros en sus cuentas bancarias, elemento fundamental para entrar en el olimpo de los capos de la economía del delito latinoamericana que hasta ahora había sido dominada por los narcos.

Segundo, porque como Pablo Escobar o el Chapo Guzmán, se trata de un self made man, un hombre proveniente de una familia de modestos recursos que hizo su fortuna a pulso, manejándose con astucia suprema entre los hilos secretos del poder político, las fuerzas policiales, el sistema judicial, las mafias y las instituciones bancarias internacionales.

Tercero, quizás lo más importante, porque Alex Saab y sus negocios turbios es uno de los productos más acabados, emblemáticos, diría yo, de la degradación moral y de la corrupción institucionalizada, convertida en política de Estado por el aparato gubernamental chavista. Como lo ha explicado muy bien el portal Armado.info, el equipo de periodistas venezolanos que destapó el escándalo cuando aún no era tan visible como hoy, Saab logró convertirse en el contratista favorito del régimen militarista sin las molestias de pasar por licitaciones o controles, apuntalando negocios y contratos por miles de millones de dólares.

Una operación de alto poder, y allí viene el cuarto componente a destacar, en la que el empresario ha contado con el apoyo de decenas de figuras influyentes que en ambos países, Venezuela y Colombia, colaboraron, facilitaron, promovieron y ejecutaron lo necesario para mantener un entramado binacional de operaciones ilícitas que luego se dispersó por el mundo.

Entramado que hace aún más compleja la coexistencia entre los dos países, hoy sin relaciones diplomáticas, pero con nexos cada vez más enrevesados a través de las economías turbias del contrabando –de alimentos, combustible, personas, órganos y armas– que unido al gran negocio del narcotráfico vinculan a la cúpula cívico-militar del gobierno venezolano, aliada de la disidencia Farc y el ELN, a fuerzas oscuras del otro lado de la frontera que, según algunos investigadores, va más allá de la delincuencia organizada y toca hoy movimientos políticos con opciones presidenciables e incluso a las propias Fuerzas Armadas colombianas.

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Todos estos elementos explican la compleja confrontación que, casi por razones de azar, ha tenido como sede la República africana de Cabo Verde, de la que muchos solo teníamos noticias por ser la patria de la gran cantante Cesária Évora y por sus vínculos lingüísticos con Portugal y Brasil.

Y explican también por qué en este juego a tres bandas entre el poder de los Estados Unidos, el sistema judicial de Cabo verde y el régimen militarista venezolano, este último

haya desplegado tan descomunal y costosa operación de lobbying internacional con el propósito único de impedir que Saab vaya a dar a las cárceles y caiga en manos del sistema de justicia estadounidense que lo persigue bajo el cargo mayor de tráfico de drogas en su territorio.

Pero esta semana, como en las buenas películas, la ya larga la historia tomó un giro que promete escenas espectaculares de oficiales de la DEA recibiendo de manos de las policías de Cabo Verde al preso Saab para, en medio de medidas de alta seguridad, sacarlo del Aeropuerto Internacional Amilcar Cabral, el más grande de la nación africana, a emprender un largo vuelo sobre el océano Atlántico hasta el sur de los Estados Unidos donde lo aguarda una cárcel y un juicio.

Dos elementos más son muy significativos para los venezolanos que adversamos al régimen militarista. Primero, muy simbólico, el hecho cínico de que el negocio por el cual se hace noticia Alex Saab está asociado a las bolsas Clap, el paquete de alimentos que al estilo del racionamiento cubano reparte el gobierno venezolano para paliar la escasez entre la población. Lo que hace aún más cruel la operación. Porque se trata de una corrupción montada sobre el sufrimiento de quienes pagan los platos rotos de la destrucción del aparato productivo nacional a consecuencia de las políticas rojas de control de precios y estatización creciente de la economía.

Y el segundo elemento, tan simbólico como el anterior, radica en el hecho de que el “proceso Saab” quedará por siempre vinculado a un trabajo de excelente periodismo realizado por el equipo de Armando.info quienes desde muy temprano desnudaron sus negocios turbios. Y a la feroz persecución, siempre vía jueces y sistema judicial, que el régimen desató contra sus autores tratando de impedir, lo que ya era inevitable, que la opinión pública internacional conociera en detalle las aventuras del contratista preferido de Nicolás Maduro.

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Estos de comienzo de septiembre, son días de extradición a Estados Unidos. Mientras en Cabo Verde se prepara la de Saab, en Madrid se organiza la de “El Pollo” Carvajal, otro legendario miembro del clan chavista, exjefe de la inteligencia del régimen, prófugo de la justicia internacional, detenido en el trascurso de esta semana que hoy concluye en un “piso” de las afueras de la capital española.

El proceso Saab tiene todos los ingredientes para una serie televisiva exitosa. Es una historia de corrupción, mafias, extorsión, delincuentes de cuello blanco, paraísos fiscales, playas inmaculadas, militares y guerrilleros narcotraficantes, jueces africanos, periodistas suramericanos y dictadores bananeros.

Es una historia compleja. Vincula al presidente de un país petrolero del tercer mundo y su equipo de poder; salpica a políticos y empresarios del país vecino; tiene como protagonista a un hombre de fenotipo árabe que comete delitos en los Estados Unidos asociado a la guerrilla colombiana; involucra al juez superstar de cierta izquierda europea; y, como corolario, convierte en héroes de la información a un grupo de periodistas que, con las técnicas digitales de la investigación de datos, las que permiten por ejemplo cruzar listas de contratistas en bases de datos de muchos países, llegaron a la médula de una operación que ilumina con precisión las dimensiones de la industria del delito auspiciada desde el Estado en Venezuela.

Y, como si ya no fuese suficiente miseria, “el proceso Saab” es también una saga de abusos de poder en contra de la libertad de expresión y el derecho a la comunicación. En el presente, los socios directivos y periodistas de Armando.info, Ewald Schafenberg, Roberto Deniz, Alfredo Meza, y Joseph Poliszuk, viven fuera de Venezuela de donde tuvieron que partir cuando el poderoso Saab inició una demanda contra ellos que todos sabemos en nuestro país –de jueces rojos– termina en cárcel.

Como lo fueron en su momento el de Idi Amin, o el de Noriega, el relato de corrupción chavista ya es patrimonio mundial. Los primeros actores estarán, todos, vestidos de naranja. No de rojo.

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