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La gran mayoría de las trabajadoras sexuales en Colombia no ejercía la prostitución antes de salir de su país. La fotógrafa Paula Thomas las invitó a hacer un ejercicio de reconciliación con sus cuerpos.

El reto de huir de la crisis económica de Venezuela viene acompañado del reto de sobrevivir. Como se hizo evidente con #HuirMigrarParir, una investigación transnacional sobre la vulneración de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres migrantes venezolanas, los altos costos y el desabastecimiento de anticonceptivos en Venezuela arremetieron directamente contra la autonomía de las mujeres al obstaculizar el acceso a métodos de planificación familiar. Madres de todas las edades parten para proteger a sus hijos del hambre. El camino es complejo porque está marcado de informalidad, hostigamiento, detenciones y persecuciones por parte de actores legales e ilegales.

Trabajadoras sexuales son el sostén de sus hogares.

En Colombia, dada la imposibilidad de regularizar su estatus migratorio y de obtener un trabajo asalariado, muchas de ellas acuden a la prostitución, la mayoría de las veces sin haberla ejercido antes. Según un informe del Observatorio de Equidad de Género, el 74% de las venezolanas que se dedican a la prostitución lo hacen por primera vez. La respuesta a por qué son prostitutas es casi unánime: sus familias no cuentan con el mínimo vital. Un estudio de la Secretaría de la Mujer de Bogotá señala que el 84,5 % de las venezolanas que ejercen la prostitución son el sostén de sus hogares.

Forzadas a un sistema de dependencia económica que las invisibiliza como trabajadoras, suelen ser víctimas de violencia policial y agresiones avaladas por el Estado. En 2016, la ONG Parces alertó que el 62% de las prostitutas habían sido maltratadas físicamente por la fuerza pública. Tanto así que el Código de Policía ha sido demandado múltiples veces por considerar que viola los derechos fundamentales de las trabajadoras sexuales, al imponer multas y sanciones desproporcionadas para ellas.

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Mujeres refugiadas, las más vulnerables.

El negocio, ya inequitativo y desprovisto de garantías para las locales, se mueve de manera prejuiciosa y abusiva con más saña sobre las refugiadas. Inmersas en este contexto violento, el 71% no denuncia los maltratos por miedo a que su vida pueda quedar en riesgo, según la Secretaría de la Mujer.

Junto a la fotógrafa Paula Thomas he tenido la posibilidad de conocer este sistema de explotación, cargado de inmensa misoginia. En cada viaje periodístico a la frontera hemos derrumbado nuestros prejuicios, cerrado brechas y conectado con personas de las que nunca más volvimos a saber, pero cuyas valientes historias nos calaron dentro.

La complicidad con las madres trabajadoras sexuales siempre es inmediata: Paula es mamá de Valentín y yo soy migrante venezolana. Así como para nosotras es fundamental acompañarnos, entre las putas también se forman esas redes de apoyo donde la hermandad, la protección y el cuidado les salvan la vida. En contextos paramilitares, machistas y xenófobos, hablar de cuidado es una hazaña de alto riesgo.

La siguiente serie de desnudos es un ejercicio de reconciliación con el cuerpo. Fue producida en Cúcuta en septiembre de 2018, durante uno de los viajes del equipo de #HuirMigrarParir. En muchas de las fotos aparecen plantas. Paula las incorporó porque, al igual que el ser humano, estas necesitan cuidado para mantenerse vivas. Una flor puede pasar épocas oscuras y marchitarse, pero con cariño vuelve y crece. Así mismo, las putas deben reparirse, mantenerse vivas y abrazarse.

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