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Más de 9.000 venezolanos han regresado al país por la frontera de Táchira con Norte de Santander, Colombia.  Mientras que 2033 ingresaron por el estado Zulia, 1600 por Apure y 1038 por la línea limítrofe con el estado Bolívar, de acuerdo a cifras presentadas por Nicolás Maduro, el pasado sábado 18 de abril.  Algunos inmigrantes creen que enfrentar la pandemia en el lugar donde se encuentran es mejor que volver a Venezuela, a vivir en peores condiciones de las que motivaron su huida

Por Rosalinda Hernández C.

Al menos 13.671 venezolanos han retornado al país en medio de la pandemia que desató el COVID19, y que ha dejado a millones de personas que dependían de trabajos informales con las manos cruzadas y pocos recursos para sostenerse.

De acuerdo a Migración Colombia, a ese país habían migrado hasta finales de febrero de 2020, más de 1 millón 825 mil venezolanos y  según Nicolás Maduro unos 13.671 connacionales han regresado a territorio nacional hasta el 18 de abril.

La cifra de venezolanos retornados desde Colombia, representa el 0.74% de la población nacional que se encuentra en el país vecino de manera legal o ilegal.

No todos los inmigrantes piensan en volver. No todos los que han quedado sin empleo en medio de la cuarentena están dispuestos a regresar a Venezuela, de donde salieron movidos por la crisis económica y social que cada día recrudece más.

“La difícil situación que pasé en Venezuela, me hace pensar en no regresar. De allá vengo y se cómo están las cosas. En mi país no tengo manera de conseguir dinero para sobrevivir y no me gustaría convertirme en una carga más para mi familia que ya de por sí, se las ve duras para conseguir el pan del día”, dijo Mayerlin Vivas, venezolana residenciada en Armenia, Colombia.  

Hace un año y 11 meses que la joven de 22 años, oriunda del estado Táchira, decidió marcharse a Colombia. Antes de radicarse en la capital del departamento Quindío, vivió en Bucaramanga.

Mayerlin tenía un trabajo estable en una panadería de la localidad de Armenia, antes de ser decretada la cuarentena nacional en territorio colombiano.

“Cuando empezó la cuarentena cerró la panadería por el miedo al contagio de COVID19. Aunque los tres empleados que trabajamos hablamos con el jefe y quedamos en que tendríamos las precauciones para no terminar infectados, insistió en que era mejor conservar la vida y cerró”.

De manos cruzadas

No pasó mucho tiempo para que la falta de empleo empezara a menoscabar la economía de la tachirense. Ya no había un sueldo diario (25.000 pesos), ni propinas. Pasaban los días y sin ingresos los pocos ahorros se reducían.   

“Antes del COVID19 me las arreglaba para que el sueldo me quedara justo para el arriendo, comida y necesidades higiénicas. Sin empleo, imagínate. Los días que me quedé sin trabajo me descontrolaron las cuentas y la pasamos muy mal”.

Sin un ingreso fijo y con compromisos que cumplir, Mayerlin pensó que no podía continuar en Colombia. Tampoco podía regresar porque no tenía ni un peso para tomar un transporte de vuelta a casa.

“Llegó el momento en el que pensamos mi novio y yo, en regresar caminando a Venezuela. No teníamos ni un solo peso para alquilar en otro sitio. Con la cuarentena la señora con la que vivimos nos dijo que iba a entregar la casa pues no tenía como pagar la renta”, narró la joven.

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Pasaron los días y con ellos nuevos anuncios. El presidente de Colombia, Iván Duque, aumentó el número de días para el confinamiento y quedaron prohibidas las mudanzas. Era imposible salir de casa, ni de un departamento a otro.

“Si salíamos, corríamos el riesgo de ir a parar a refugios de indigentes, y ahí podíamos quedar contagiados”.

Con el desespero de no tener dinero para los gastos básicos, la venezolana se las ingenió, buscó fundaciones de ayuda para migrantes pero todo fue inútil, ninguna tiene sede en Armenia. De hambre no iba a morir. Salió junto a su pareja a vender tapabocas y obtuvieron dinero para comprar la comida de unos días.

No rendirse

Sin un estatus legal en Colombia, a punto de ser desalojada de la vivienda y con apenas lo justo para proveerse el sustento diario la joven pareja seguía en pie, no se amilanaban y trataron de resistir la tormenta.

“La señora de la casa no nos ha vuelto a decir nada de desalojo pero sabemos que en cualquier momento nos podemos quedar sin sitio a dónde vivir”, aseguró Vivas.

Una luz en medio del túnel empezó a resplandecer y de nuevo la venezolana regresa al ruedo laboral. Es contactada por el propietario de la panadería donde trabajaba. El local reabriría al público en horario restringido y para eso requería nuevamente de personal.

“Saque cuentas y con ese dinero me alcanzaba solo para comer, no había como ahorrar para pagar alquiler. Lo acepte pues es mejor a no tener nada”.

El primer día de trabajo, no fue bueno, lo vendido apenas alcanzó para pagar los sueldos de tres personas. Buscarían un domiciliario para ver si las ventas mejoraban.

“Les dije al jefe que no buscara que yo hacía los domicilios a pie, pues la panadería está en un barrio donde todos los vecinos son clientes. También pensé que sería una manera de conseguir trabajo todos los días. Nos ha ido mejor”, apuntó.

Bajo la lluvia que arropa la zona del eje cafetero colombiano por estos días, donde está ubicada la localidad de Armenia, Mayerlin Vivas camina cuadras diariamente entregando pedidos. Ataviada con tapaboca, botas e impermeable, asegura tomar todas las previsiones necesarias para evitar un posible contagio de COVID19.

La crisis la alejó del país

La joven dijo a Frontera Viva que se siente de mayor edad producto de todas las experiencias que ha tenido que sobrellevar en los últimos dos años.

A pesar de los difíciles momentos que ha atravesado, ella está firme en su propósito de no claudicar y regresar a Venezuela en medio de la pandemia, no es una opción. 

“Cuando todo esto pase y volvamos a la vida normal aquí tendré más posibilidades de seguir luchando por lo que quiero. En mi país tengo un techo pero estoy consciente que allá todo sería mucho más duro que aquí”.

En Venezuela, estudiaba y vivía con los padres. Tenía deseos de entrar a la escuela de medicina y gozaba de buen promedio académico para lograrlo. La misma crisis que la hizo salir del país le negó la posibilidad de continuar una carrera universitaria.

“Quería estudiar medicina o alguna rama relacionada con este tema. Pero solo llegue hasta bachillerato y saqué un técnico medio en turismo en una escuela técnica robinsoniana”.

Cuando salió de bachiller decidió trabajar un año para reunir dinero y así al siguiente año poder estudiar. Ya trabajando las cosas se complicaron, empezó la devaluación del bolívar y lo poco que había podido reunir se le fue en los gastos de las casa”, recuerda con voz triste.

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Tres años transcurrieron y nada cambio en Venezuela. Al contrario la situación cada vez era peor. “Mi sueldo de la semana alcanzaba apenas para comprar un pan dulce y no quedaba para más”.

Migrar era la opción

La primera en migrar fue la hermana de Mayerlin, quien llegó hasta la fronteriza Cúcuta a trabajar apoyando en las labores del hogar a una familia de la localidad.

“Mi hermana me dijo que un familiar de la señora con quién trabajaba necesitaba una muchacha para el mismo oficio. Pensé en que podría reunir dinero para mandarle a mis padres e ir comprando utensilios de panadería, le tengo mucho amor a este negocio y sueño con tener mi panadería propia”.

En un primer momento viajó a Bucaramanga, allí estuvo cuidando a tres niños de 1, 3 y 9 años. Trabajaba de domingo a domingo entre 10 y 12 horas diarias a cambio de un sueldo de 300.000 pesos mensuales.

Apostando a un mejor porvenir, viajó a la ciudad de Armenia, a la que después de conocer más de cerca, ahora ve más amable, acogedora y un buen lugar para trabajar. No siempre fue vista de esa manera.

“Cuando llegue a Armenia, el segundo día salí a buscar trabajo y me ofrecieron vender café en la calle en termos. Lo acepté pero duró poco, fue mucha la falta de respeto. Me dieron hasta nalgadas solo porque decían que las venezolanas venían a prostituirse”, comentó con profunda tristeza.

Algunas personas sin conocer a los venezolanos los señalan de “flojos” o perezosos, agregó.

Persiguiendo un sueño

A pesar de las dificultades que debe sortear cada día, Mayerlin tiene un sueño: tener su propio negocio de pan y eso la mantiene alejada de prejuicios y desánimos.

“Quiero tener una panadería y eso en Venezuela sería imposible. Aquí tampoco es fácil pero no quiero volver a lo mismo: Matarme trabajando para que al final del día el sueldo solo me alcance para un pasaje urbano. No quiero volver a eso”.

La venezolana no tiene aún un estatus legal en Colombia. Se ha ganado la confianza y el aprecio de su entorno laboral. El jefe la apoya tramitando el permiso legal para ser domiciliaria. Situación que se hace difícil porque no tiene un permiso de trabajo, ni esta  legal en el país vecino.

La idea de no tener el permiso de domiciliario la atormenta y dice que sus días de paz acabaron hace tiempo. Desde que empezó la pandemia tiene mayor estrés y ansiedad pasaron.

A pesar de los duros momentos está clara en sus propósitos y pide a sus connacionales no rendirse. Aconseja poner los sueños como prioridad y buscar la manera de cumplirlos.

“Estamos en una situación muy difícil pero no somos los únicos y en algún momento ese sueño que nos llevó a abandonar nuestro país y pasar muchas calamidades se convertirá en una bonita realidad. No se les olvide pedirle a Dios todos los días para que los guíe por el camino del bien y les brinde bendiciones para no caer en malos pasos y poder lograr lo que quieren”.

Con esa frase despidió la entrevista Mayerlin Vivas, una venezolana en Colombia que se niega a retornar a pesar de los convulsionados tiempos que se viven por el COVID19.

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