“Núremberg fue el juicio del siglo XX, el de Putin será el del siglo XXI”. Con esta frase, tan contundente como arriesgada, el jurista venezolano Fernando Fernández inició un artículo publicado, el pasado 23 de marzo, en la revista Analítica.
Solo cinco países se opusieron a la reciente resolución de la Asamblea General de la ONU para ofrecer ayuda humanitaria a Ucrania y exigir cese a las hostilidades del invasor ruso y sus ataques masivos despiadados contra la población y la infraestructura civil.
A diferencia de Venezuela, donde gracias al “Socialismo del siglo XXI” recién se comenzó hace dos décadas a vivir la experiencia migratoria, Colombia tiene un largo recorrido como país generador de emigrantes. También de desplazados internos a causa de sus conflictos armados de larga data.
Daniel Ortega es, hoy en día, el déspota más déspota de América Latina. Lo que es bastante decir. Su crueldad infinita y fría, casi que imperturbable; su arbitrariedad patológica alimentada por su esposa ”copresidenta”, Rosario Murillo; junto a su tránsfuga historia política personal, inauguran un nuevo espécimen en la estrambótica galería de “monstruos” políticos de nuestra región: el tirano mutante.
El 4 de agosto de 1967, Mario Vargas Llosa recibió en Caracas el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Un premio que nacía destinado a convertirse en referencia fundamental de la literatura escrita en el idioma de Cervantes. Un galardón bien pensado, rápidamente prestigioso que, al menos mientras duró la democracia en Venezuela, se mantuvo independiente de las ideologías políticas para concentrarse profesionalmente en la calidad de la creación literaria de las novelas y los novelistas laureados.
Ya lo he contado otras veces. Pero me he propuesto volverlo a hacer, año a año, para que los más jóvenes escuchen. Unos días después del fallido intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, un grupo de universitarios que acudíamos con regularidad al Palacio Federal, sede del parlamento venezolano, a conversar con el senador Ramón J. Velásquez, volvimos a su despacho para escucharle.
Leonardo Padura es, sin duda alguna, uno de los grandes escritores cubanos del presente. Irrumpió en el escenario internacional en el año 2009 sorprendiendo a los lectores con El hombre que amaba los perros. Una novela que de inmediato se convirtió en internacional y arrollador éxito editorial.
Los Ferrari se fueron convirtiendo en un símbolo universal de riqueza, lujo y ostentación. No es casual que uno de los más célebres libros de autoayuda convertidos en best seller desde finales del siglo XX lleve por título El monje que vendió su Ferrari. Una fábula espiritual.
No había terminado el primer día del nuevo año, y aún teníamos en la boca y en el cuerpo el fresco resonar de la mesa navideña, los buenos augurios, los mejores deseos, las voces de la esperanza, cuando me encontré cara a cara, a través de un artículo editorial de El País de Madrid, con los primeros recordatorios de la vida real a la que nos enfrentaremos —puede decirse que en todo el planeta— durante un año que nace marcado por la incertidumbre y no muy buenos augurios. Un año que demandará entereza, integridad y mucha imaginación e inteligencia colectiva.
Hasta hace muy poco, el gran enigma venezolano a resolver en el transcurso del año 2023 era saber si tendríamos elecciones libres en el 2024. Esto es, si volveríamos a ser un país en lo esencial democrático o continuamos bajo el juego de ardides, simulaciones y postergaciones que le ha permitido al gobierno militarista seguir alargando interminablemente un régimen sin legalidad constitucional, reconocido por una parte muy pequeña de los gobiernos auténticamente democráticos del mundo, y una muy grande de los gobiernos de facto, teocracias, dictaduras y estatismos que copan el nuevo escenario geopolítico internacional.