Tulio Hernandez

Sociólogo experto en cultura y comunicación, columnista del EL NACIONAL, consultor internacional en políticas culturales y ciudad.

El partido, el mayoritario del país, condenaba a priori, antes de que el TSJ lo hiciera, a quien hasta entonces había sido uno de sus dirigentes fundamentales, un líder de masas que arrastraba multitudes ahora venido en desgracia. El CEN le quitó la alfombra a Pérez. Los jefes del partido lo lanzaron a la hoguera.
En la actual coyuntura latinoamericana, la izquierda –en sus diversas variantes–, experimenta de nuevo un ciclo de notoria devaluación. Asumiendo, claro está, que la vieja distinción entre izquierda y derecha es cada vez más insuficiente para explicar las nuevas cartografías políticas internacionales, pero hasta hoy ninguna otra la sustituye con éxito.
Para el año 2017 ya Venezuela había vivido, desde hacía años, la experiencia de la escasez. Existían colas y restricciones para adquirir productos alimenticios en los mercados o para poner gasolina a los vehículos. También escaseaban las medicinas y un producto tan básico en nuestra dieta como la harina pan. Los enfermos de menores recursos desesperaban por la ausencia de tratamientos de diálisis y de medicamentos para el cáncer o el VIH asequibles a sus posibilidades. Y los índices de violencia e inseguridad, medidos en el índice de asesinatos por cada cien mil habitante habían alcanzado cifras hasta entonces inimaginables.   
Hubo una época en Venezuela, en la era democrática, cuando la muerte de un dirigente, un gobernante o una autoridad pública perteneciente a un determinado grupo político suscitaba entre los demás partidos y sus entes directivos solidarias expresiones de respeto y condolencias.
Todos los meses y, si nos ponemos rigurosos, todas las semanas, la noticia de una tragedia que azota a una persona o a un grupo de migrantes venezolanos ­—generalmente a aquellos que huyen con menos recursos económicos­— circula por las redes o por las agencias informativas internacionales.
“Núremberg fue el juicio del siglo XX, el de Putin será el del siglo XXI”. Con esta frase, tan contundente como arriesgada, el jurista venezolano Fernando Fernández inició un artículo publicado, el pasado 23 de marzo, en la revista Analítica.
Solo cinco países se opusieron a la reciente resolución de la Asamblea General de la ONU para ofrecer ayuda humanitaria a Ucrania y exigir cese a las hostilidades del invasor ruso y sus ataques masivos despiadados contra la población y la infraestructura civil.
A diferencia de Venezuela, donde gracias al “Socialismo del siglo XXI” recién se comenzó hace dos décadas a vivir la experiencia migratoria, Colombia tiene un largo recorrido como país generador de emigrantes. También de desplazados internos a causa de sus conflictos armados de larga data.
Daniel Ortega es, hoy en día, el déspota más déspota de América Latina. Lo que es bastante decir. Su crueldad infinita y fría, casi que imperturbable; su arbitrariedad patológica alimentada por su esposa ”copresidenta”, Rosario Murillo; junto a su tránsfuga historia política personal, inauguran un nuevo espécimen en la estrambótica galería de “monstruos” políticos de nuestra región: el tirano mutante.
El 4 de agosto de 1967, Mario Vargas Llosa recibió en Caracas el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Un premio que nacía destinado a convertirse en referencia fundamental de la literatura escrita en el idioma de Cervantes. Un galardón bien pensado, rápidamente prestigioso que, al menos mientras duró la democracia en Venezuela, se mantuvo independiente de las ideologías políticas para concentrarse profesionalmente en la calidad de la creación literaria de las novelas y los novelistas laureados.