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Tomás Páez @tomaspaez

El resultado de la encuesta mundial de valores es desalentador; aumenta el porcentaje de quienes consideran menos importante vivir en democracia. En Latinoamérica, de acuerdo a los datos del Barómetro de las Américas (Latin American Opinion Project, de la Universidad de Vanderbilt), el 25% de los ciudadanos no está de acuerdo con que la democracia sea mejor que cualquier otra forma de gobierno. Los resultados son particularmente desmoralizadores: aumenta el porcentaje de quienes se declaran bastante o muy en desacuerdo con la superioridad democrática; este crecimiento es particularmente agudo en Argentina, Perú y Colombia.

La apatía frente a la democracia, o más bien a dimensiones particulares de ella, crece entre las nuevas generaciones. Afortunadamente, el rechazo no es al sistema democrático, sino a los políticos, a los partidos y a la corrupción. De acuerdo con el citado estudio, más de tres quintas partes de la ciudadanía de Latinoamérica y el Caribe considera que una mayoría, casi todos o todos los políticos, son corruptos.

Los resultados de nuestro estudio de la diáspora (aplicamos cuestionarios, entrevistas a profundidad, focus groups e historias y fragmentos de vida) y el trabajo con la diáspora y sus organizaciones, confirman, para el caso venezolano, la desconfianza de la diáspora en los partidos como mecanismos de participación para la reconstrucción de Venezuela. El reporte identifica a América Latina como la región más desconfiada del planeta, veinte puntos porcentuales menos de confianza en las instituciones elegidas por voto popular que en el resto del mundo. Los menores niveles de confianza los exhiben el poder judicial 26%, el parlamento 20% y los partidos 13%.

Luego de 23 años de destrucción bajo el “socialismo del siglo XXI”, hoy valoramos lo perdido: la democracia. Hemos aprendido que no basta recuperarla, es necesario preservarla diariamente, de manera sistemática y sostenida, ya que no sobrevive por sí sola. Hoy se reconoce que vale la pena recobrarla, que es una forma de reconquistar la esperanza para iniciar el proceso de reconstrucción del país; de lo contrario, tendremos que vivir bajo una dictadura, modelo enemistado con el individuo. 

La democracia, nos advertía Albert Camus, “no es tanto la forma ideal de gobierno como la mejor entre las disponibles”, y añadía, “El valor de la democracia estriba en no querer toda la razón, el espacio plural de muchas razones y el reconocimiento de esto indica el reconocimiento y aceptación de la diversidad”. El ejercicio democrático de la política pone en valor la capacidad de escuchar las inquietudes y aspiraciones de la diversidad de ciudadanos y organizaciones, en ocasiones contradictorias y conflictivas. Winston Churchill decía: “se necesita coraje para pararse y hablar, pero mucho más para sentarse y escuchar”.

Hoy comprendemos que la democracia existe porque los ciudadanos han luchado por ella. Cierto, en Venezuela el costo del aprendizaje ha sido muy elevado, se ha pagado con vidas humanas, con un país hipotecado cuyas deudas corren a cargo de hijos y nietos y con la destrucción y aniquilación de las riquezas del país. Un artículo de Damian Prat describiendo la dramática situación de las empresas y de la región de Guayana, muestra la magnitud del deterioro.

El rescate de la democracia depende de la POLÍTICA, que articula y conecta el tejido global de ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil a lo ancho de la Nueva Geografía de Venezuela, de estrategias y programas sensatos, de liderazgo, comunicación, de la confianza y la credibilidad, que tanto escasea. El triunfo de la democracia no se produce de un modo automático, obedece al compromiso de quienes defienden la libertad personal, de quienes no quieren vivir en una sociedad de acusetas o “sapos”, de quienes defienden la pluralidad y donde cada quien decide lo que quiere hacer, pues la dignidad del ciudadano deriva de su capacidad de elegir, derecho inexistente o severamente limitado en contextos autoritarios y dictatoriales;  el compromiso de cada ciudadano le otorga a la democracia liberal una ventaja sobre los demás sistemas.

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Son muchos los peligros que acechan a la democracia. Los mayores riesgos provienen del imperio del cinismo y del doble lenguaje de quienes usan como escudo los argumentos de profundización y ampliación de la democracia para asfixiarla. 

Los representantes del actual gobierno de Venezuela reniegan de la democracia representativa y dicen proponer la democracia , adjetivada como “verdadera”, “participativa” y “protagónica”, cuando en realidad son cómplices de su degradación. Pese a los peligros que acechan a la democracia, mantenemos su defensa y la de la libertad, para  provecho incluso de quienes aspiran destruirla.

Resulta incomprensible que representantes del mundo académico, intelectual y de los medios de comunicación, defiendan o se coloquen de perfil ante un régimen para el que sólo existe un pensamiento único y verdadero, el suyo. Nos preguntamos por su ceguera y obstinación en mantenerse al margen de eventos como la destrucción de la Amazonía Venezolana, la tragedia humanitaria o la invasión rusa a Ucrania.  Se traicionan a sí mismos con ese comportamiento incompatible con los intereses de la vida humana; no es posible transigir o contemporizar con la muerte.

 Hemos aprendido que resguardar y reconquistar la democracia depende de la capacidad de lucha de los ciudadanos, de quienes reivindican la soberanía y la independencia. Sabemos que frente a la confrontación, la descalificación, la beligerancia sin tregua y el fomento de un ambiente hostil y ajeno a la paz, no podemos sucumbir a la tentación de responder con la misma moneda. Frente al abuso de poder y la prepotencia de los modelos autoritarios y dictatoriales, el filósofo Norberto Bobbio exalta la moderación. Es clave distinguir la justicia indispensable de la venganza, esta última, pésima consejera. Dirimir las diferencias de los distintas inquietudes y expectativas, realizar cambios de un modo pacífico, no sangriento, es una característica clave del sistema democrático.

Recobrar la POLÍTICA como instrumento para la convivencia, como medio de cohesión social, obliga a superar el desapego y la desconfianza recogidos en los estudios citados. Se trata de un esfuerzo mayúsculo para hacerse creíbles y confiables. Superar la insolvencia y la incapacidad, dejar de actuar como relojes parados, que siempre aciertan dos veces al día, y superar la visión de la política como un ejército reducido a su talla.

Uno de los temas acuciantes del debate político en el terreno de la alternativa democrática es el de la unidad. Releyendo la biografía de Rómulo Betancourt, escrita por Manuel Caballero, encontramos una respuesta posible, la adoptada al momento de restablecer la democracia. Se colocó el acento en los acuerdos en conductas, principios y un programa común con sentido de Estado, no en la candidatura única. Se acordó el pacto de gobernabilidad fundado en la defensa de la constitucionalidad, el derecho a gobernar de acuerdo al resultado y un programa mínimo compartido. Pese a las diferencias abismales en las circunstancias y condiciones, vale la pena considerarla en el análisis; muestra los diferentes rostros que puede adquirir la estrategia unitaria.

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Las recientes elecciones regionales y locales, en las cuales se inscribieron varias decenas de miles de candidatos, ponen de relieve las dificultades de alcanzar acuerdos alrededor de candidatos únicos. El reconocimiento y comprensión de las dificultades, dilatadas debido a los proceso de fisión entre e intrapartidos, ya de por sí algo disminuidos, nos lleva a preguntarnos si tiene sentido invertir energías en lograr acuerdos en torno a un candidato único o conviene más bien dedicar energías y recursos al fortalecimiento de los partidos para que desempeñen su papel favoreciendo la cohesión social, a lo ancho de la Nueva Geografía de Venezuela, para de este modo recuperar el ejercicio de la POLÍTICA.

La justificación de la necesidad de un candidato único, parte del reconocimiento de la debilidad de los probables candidatos, reflejada en todas las encuestas. La participación por separado de cada uno de ellos representa un claro riesgo de perder cualquier elección frente al también disminuido partido del régimen. La mejor evidencia son los recientes resultados electorales. Para explicarlos, se utiliza el condicional: “de haber ido unidos” se habría obtenido la victoria en muchos espacios.

Las dificultades para lograr la unidad no se pueden atribuir solo a los “egos” de los posibles candidatos, y muy probablemente resida en el terreno de la política, la ideología, los valores y creencias que cada uno encarna. Insistir en el candidato único, nos preguntamos, ¿No es un modo de persistir en el error?  ¿No será necesario desplegar un esfuerzo unitario ejerciendo la POLÍTICA de proximidad, que apela a los ciudadanos y sus organizaciones, a recuperar su confianza y credibilidad?

Otorgamos a la unidad una enorme importancia para recuperar la democracia y la consideramos medular para la reconstrucción de un país minado de problemas, sin recursos financieros y con enemigos que la acechan. La unidad que construye a fuego lento la red global de organizaciones en la Nueva Geografía de Venezuela, recuperando y reconociendo el valor de la ciudadanía y colocando la política al servicio de la persona.

El ejercicio de la política no para la confrontación y la crispación eterna, es necesario que la moderación sea valorada positivamente. La libertad y la democracia, como lo confirma nuestra propia historia, se conquistan con una grandeza de mira de la que algunos no han sido precisamente sus obreros.

Es importante y urgente contribuir al fortalecimiento de los partidos políticos, actores clave del sistema democrático, obligados a recuperar la confianza y la credibilidad disminuidas, como lo señalan los reportes citados. El partido despersonaliza la política, allí están de más los caudillos y sus criados, cuyas acciones van más allá del deseo de sus amos. Los partidos son instituciones, colectivos capaces de articular y conectar los intereses diversos y contradictorios de la pluralidad social y asegurar mayores grados de cohesión social en la Nueva geografía de Venezuela.

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