Sobreviví a la violencia

Establecer una relación con una persona cinco años mayor, hizo que Sara -como llamaremos a nuestra entrevistada- modificara conductas y gustos que la determinaban por el supuesto deber de comportarse como una mujer y no como una “carajita”.

Como sucede en la mayoría de los casos, ella no vio los comportamientos inadecuados como indicios de una relación sin final feliz. Aunque algunas conductas no le agradaban, Sara las toleró por la presión de estar con un “hombre”.

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Siempre me decían: tú estás con un hombre, compórtate a la altura de un hombre, no te vayas a comportar como una carajita inmadura.

palabras con las que en sus entonces 22 años, llegó a cuestionar su grado de madures.

La primera señal de rechazo fue el consumo de alcohol de su pareja, situación que le hizo ir modificando su actuar al respecto.

Él me decía: “si tú estás con un hombre que toma bastante, también tienes que tomar bastante”

Antes de esa relación Sara disfrutaba en fiestas sin necesidad de consumir licor, pero para estar a la altura de su pareja incrementó la ingesta, aunque no le agradara.  

Así, poco a poco, inició un ciclo de cambios que no le gustaban. El aspecto físico también fue modificado, comenzó a ser una crítica, claro, siempre desde el verbo romantizado: “yo te lo digo por tu bien, porque te amo”.

El mantener las uñas arregladas sin un pelón de pintura, el cabello planchado y usar tacones, ya no era por gusto sino por presión, porque, a percepción de su pareja, quienes no se arreglan son las “marimachas”.

Relata que las noches de licor y salidas eran las peores, la influencia del alcohol desataba en él una personalidad violenta.

Aunque sabía que esas situaciones no eran correctas, pensaba: “si yo termino con él, qué va a pasar, se va a poner peor”. Así transcurrió un largo camino de malos tratos e imposiciones que desdibujaron el amor en una relación tortuosa.

Inicio del infierno

Una vez culmina la carrera universitaria y comienza a trabajar en su oficio, Sara lo recuerda como el inicio de lo mejor de su vida profesional, pero lo peor de su vida personal. Fue el punto de inflexión en donde incrementó la violencia psicológica e inseguridades.

Sara -al igual que esa pareja- se desempeña en los medios de comunicación y el hecho de salir ante las cámaras de televisión fue un detonante para que este hombre afectara la autoestima a la chica.

Las opiniones despectivas sobre el aspecto físico y su vestimenta, a pesar de que siempre estaba impecable, hicieron que la joven evadiera registro en cámaras. “No me sentía cómoda conmigo misma porque no sabía si era verdad o no que me veía mal en televisión, pensaba que, si me veía mal en televisión, peor me veía en físico”.

Además de criticar la ropa que usaba, también se sentía con el derecho y sabiduría de criticar su desempeño profesional.

Me decía: “uy te vi, pero hablaste mal” o “no, no, lo hiciste mal”, eso me generó muchos conflictos internos.

Incluso, entrevistar a un personaje masculino era motivo de preocupación y discusión

Me preguntaba “¿A qué hora llegaste? ¿A qué hora te fuiste ¿Por qué lo entrevistaste tú? ¿Hasta qué hora estuviste con él?, ¿Cuándo lo vas a volver a entrevistar? ¿Te pidió el número?” Y me revisaba el celular para ver si yo había guardado el número de esa persona

El peso de la apariencia

Como si fuera poco lidiar con esa carga emocional, se sumó aparentar ante familiares y amigos que todo marchaba bien, una actuación común por parte de las mujeres inmersas en este tipo de relaciones de violencia.

Aunque mi mamá nunca me lo había dicho, yo sabía que ella no estaba de acuerdo con la relación, pero igual fue recibido en casa

Lejos del disfrute, los momentos de compartir en familia para Sara eran de incomodidad y tensión. Simulaba gracia ante los comentarios fuera de lugar y así restarle importancia a lo que la ofendía o fingía que le gustaba la forma como la trataba, todo por “procurar” ciertas situaciones y por pena hacia sus padres y hermana menor.

Eso fue de los peores momentos. No me gustaba lo que era y quién era, no me gustaba en lo que me estaba convirtiendo y lo que estaba tolerando, además cada día la presión comenzó a ser más fuerte

Del verbo al tacto

La espiral de violencia se fue acrecentando. Ya no sólo eran malos tratos, también empujones, halones de brazo, pellizcos y tener relaciones sexuales aunque Sara no tuviera deseo. Se vio sumergida en una situación donde predominaba la agresión de forma psicológica, física y sexual.

El silencio y el agobio se convirtieron en sus acompañantes, así como el licor y sus efectos lo eran para su pareja.

En una de varias noches de “borrachera”, cuenta, prefirió llevarlo a su casa para que él siguiera bebiendo allí en lugar de estar en un sitio público. Al querer irse a descansar, se desencadenó un episodio inaceptable.

Él no me gritaba ante mis papás ni en mi hogar, pero ese día me agarró muy fuerte del brazo para moverme del sitio, me tropecé y me caí. Ahí me dio no sé cuántas patadas y me decía que me levantara

El temor y dolor del momento lo soportó en silencio para no alertar a sus papás que estaban en otro piso de la casa.

“Me convertí en hipocondríaca”

Una mujer que comparte una relación grata y amorosa desea pasar la mayor parte de su tiempo con esa persona que le hace saber y sentir lo especial que es. Sara quería todo lo contrario. Inventarse malestares fue su as bajo la manga para evitar citas con su novio.  

Decirle que le dolía el vientre, la cabeza, o tener alergias y gripe generaba una respuesta automática: “no vengas a arruinarme la noche a mí, ni a mis papás, ni a mis amigos. Mejor quédate en tu casa”, eso significaba tranquilidad.

Si yo estaba enferma o me quejaba de dolores podía quedarme en mi casa y así podía ver series de televisión feliz de la vida, porque a él no le gustaban, así que yo no podía verlas

Otra salvación era su menstruación. Sara los aprovechaba y ¿de qué manera? No se colocaba toallas sanitarias para manchar sus prendas a propósito y así poder regresar pronto a casa.  

Prefería pasar esas penas y decirle que mi flujo era tal que prefería no salir para no pasar malos ratos

Sin salida

Muchas veces intentó poner fin a esa relación que tanto daño le causaba, pero tampoco era su decisión. Seguir juntos, o no, era una imposición.

Ante la mínima pretensión de terminar, el machismo respondía: “Yo soy el hombre aquí, yo soy el que mando, yo soy el que decide cuándo se acaba esto”.

  

Yo no sabía cómo salir de allí, no sabía cómo decirle “yo me quiero ir, no es cuando tú digas es que yo ya no quiero más”

El juego psicológico era diario. Solía tener ataques de amor en los que estaba implícita la amenaza.

Como escrito por dramaturgo, sus “Te amo” iban adornados de muerte, solía decirle “Yo me muero si termino contigo, te mato y me muero. Así es nuestro amor”.

Al recordar esas palabras y aquellos momentos vividos, es inevitable que Sara quiebre su voz. Aunque han pasado cerca de siete años de haberse liberado de esa relación, el miedo que sintió de perder la vida se percibe en el audio de su relato.

  

Sabía que él me podía hacer algo más, que era capaz de propinarme una golpiza tan fuerte que me podía matar. En mi cabeza no había manera para salir de ahí viva, no lo veía posible y aguanté.

Rogaba que él pudiera enamorarse de otra persona y que se cansara de ella, lo que en una relación libre de maltratos sería impensable.

  

“Ya no más”

Una noche, tras negarse a asistir a una reunión familiar porque “se sentía mal” -como solía excusarse- su novio comenzó a pedirle fotos y explicaciones para asegurarse de que sí estaba en casa, pero, dejar de responder por unos minutos provocó una reacción que le dio fortaleza a Sara para alejarse definitivamente.

  

De repente me escribe textualmente: “DESGRACIADA, USTED ES IGUAL DE PUTA QUE SU MAMÁ”, eso me marcó tanto que ni siquiera me puse a llorar como siempre y sólo pensé “qué es lo que le pasa a este tipo, una cosa es que me diga lo que quiera, pero por qué insulta a mi mamá y decía una cosa tan bárbara”

Esa arremetida que tal vez él creyó que sería una más, fue el “hasta aquí” decisivo de Sara.

Automáticamente ella dejó de responderle mensajes, llamadas y lo bloqueó de su Facebook. Claro que él no lo iba a aceptar, así que sacó a relucir su yo acosador.

Al día siguiente Sara tenía más de 50 llamadas perdidas y mensajes con infinidades de insultos, le escribía desde el teléfono de terceros o la llamaba de números desconocidos. Como no logró respuesta, comenzó a marcar presencia en los lugares que ella frecuentaba y a las afueras de su sitio de trabajo.

Así transcurrieron varios meses y, por supuesto, ni familiares ni amigos cercanos sabían nada de lo que sucedía en la vida “amorosa” de Sara.

Desde entonces ella arrastra con ciertas secuelas de ese acoso. No utiliza Facebook ni atiende números desconocidos.

  

Recé muchísimo, a toda hora y todos los días le pedía a Dios que lo alejara de mí, le pedía que por favor no me permitiera volver con él por miedo.

El terror regresó en medio de la ilusión

Pasaron los meses, Sara salía con el chico con quien mantiene una relación y una hija en común. Un día confió en contestar la llamada de un número desconocido e inmediatamente le gritaron: “Mire desgraciada usted conmigo tiene que hablar, esto no se va a quedar así, LA VOY A MATAR, SE LO JURO, DONDE LA VEA LA VOY A MATAR”

  

Ahí me dije “es que él me puede matar, él me va a matar” y fue cuando decidí hablar por primera vez lo que sucedía con mi familia

Dejó de lado pensar en otros y priorizó su integridad. Hablar le abrió las puertas a la liberación.

Recurrió a su madre, quien no dudó en tomar las riendas de la situación para protegerla.

La clave fue una conversación entre su mamá y el padre del ex novio. Hasta la fecha desconoce cómo su madre logró colocarle punto final al acoso, los insultos y las amenazas.

De hecho, Sara y su ex siguen viviendo en la misma ciudad, se desempeñan en el mismo círculo social y coinciden en algunos trabajos, pero ahora es él quien no tiene valor para mirarla a la cara y evita acercarse a ella.

Por mucho tiempo sintió pena de que su historia se supiera, sintió temor de marcar su vida profesional con un escándalo entre colegas. Actualmente, y con mucha fortaleza, Sara sabe que la víctima nunca debe sentir culpa y, desde su posición como mujer sobreviviente y periodista, colabora con organizaciones para ayudar a otras mujeres víctimas de maltrato y vejaciones.

  

Aprendí de lo que viví, pero no me define, no es lo que soy. Sé qué es lo que no voy a permitir más nunca y ahora soy una mujer opuesta. Soy una mujer buena y talentosa. Soy una mamá que procura lo mejor para su hija y aunque sé que soy una sobreviviente no quiero que eso me determine.