Al igual que como Cuba, que en los tiempos previos a la revolución consiguió ser el primer país latinoamericano en ofrecer el servicio de televisión, Venezuela, de manera muy similar, también llegó a ser en el pasado, punto de lanza en varios asuntos televisivos.
En un momento en el que sólo algunas plazas y calles de ciertas ciudades del país eran alumbradas por tenues faroles que funcionaban quemando gas natural o kerosén, o a través de centrales de vapor, un ingeniero venezolano se lanzó a la construcción, sin tener dinero, de una central hidroeléctrica.
Las sociedades de manera voluntaria y espontánea, han ideado históricamente mecanismos para la ayuda mutua. Estos, si prueban ser eficientes, se imitan en diferentes localidades y perduran en el tiempo, tal como ha ocurrido con el popular “San” que se juega en Venezuela.
En el pozo Zumaque 1, ubicado a 120 kilómetros al sureste de Maracaibo, hay puesta una placa que le indica al público que está ante “el pozo que inició la era de la producción comercial en el país” en 1914. Pero ¿es esto cierto?
Hubo un tiempo, no muy atrás, en el cual la televisión hecha en Venezuela era sinónimo de calidad, sobre todo las telenovelas, que llegaron a ser transmitidas incluso en Turquía. En esa televisión se dio la oportunidad de rehacer su carrera a Carlos Villagrán, mejor conocido como “Kiko”.
Cuando Luis Cruz tomó su guitarra y en una hoja empezó a escribir “¡ay, qué noche tan preciosa!”, jamás se imaginó que el resultado sería una canción que trascendería en el tiempo, a tal punto que se consideraría parte del acervo nacional.
En Venezuela es común que en las fiestas se haga sonar, cante o baile una canción que dice: “Yo quiero ser como Ariel”, de la orquesta Billo’s Caracas Boys. Pero tal vez pocas personas saben que detrás de esta pieza hay una interesante historia de migrantes.
En el año 1900, en la todavía ciudad de los techos rojos, Caracas, con 14 años de edad, Santiago Alfonzo Rivas ingresó a trabajar en la firma Rivas, Fensohn y Cía, propiedad de su tío Jorge Rivas y del alemán Walter Fersohn. Sólo 4 años después, el joven Santiago abandonó sus estudios en el colegio San Vicente de Paúl sin haber alcanzado el título de bachiller, para consagrar su tiempo al mundo empresarial.
Entre declaraciones de dirigentes políticos que solicitan la renuncia del presidente, y reuniones secretas de varios partidos donde ya se discute el nombre del posible sucesor, amanece el 20 de mayo de 1993, día este en el que el presidente de la Corte Suprema de Justicia, magistrado Gonzalo Rodríguez Corro, reelecto para su cargo escasos días atrás, da a conocer la decisión, con nueve votos a favor y seis salvados, de que existen pruebas sólidas suficientes para someter al presidente Carlos Andrés Pérez a un antejuicio de mérito por malversación y peculado, así como a los exministros Izaguirre y Figueredo Planchart.
Para el 17 de noviembre, el diputado Nelson Chitty La Roche, a la cabeza de la Comisión Permanente de la Contraloría de la Cámara de Diputados, quedaba por medio de sesión, encargado junto a nueve compañeros más, de la Subcomisión Especial que llevaría a cabo las investigaciones pertinentes en torno a la veracidad sobre la que se sustentaba la denuncia de malversación de 250 millones de Bolívares de la Partida Secreta para la Seguridad, adscrita al Ministerio de Relaciones Interiores.