FacebookXTelegramWhatsAppMessengerPinterestEmailCopy LinkShare
Celebración del fin de la cuarentena en Wuham. Foto cortesía.

Contagiados de humanidad

Somos humanos porque somos reconocidos. Es cierto que en algunos momentos necesitamos eso que llaman “nuestro espacio”, nuestra isla, nuestra soledad. Estar aislado temporalmente nos estimula a explorar y a poner a prueba nuestros recursos personales, nuestras fortalezas emocionales. En la profunda quietud del Ser encontramos una particular forma de percibir y sentir, de hacer, de crear y hasta de gozar de potencialidades de las que jamás nos hubiésemos creído capaces. Ellas, desde esa introspección, florecen inesperadamente en nuestro terreno existencial. Conscientemente, entonces, la soledad elegida no solo es creativa sino además terapéutica.

Pero ese mismo Ser, por su condición humana, grita por ser tomado en cuenta. Nuestra humanidad igualmente es vital. Y para que ella subsista requiere, ineludiblemente, de la cercanía con nuestros semejantes. Somos creaturas sensoriales. Vivimos porque nos estimulan y estimulamos. Nuestros sentidos son las vías para saber que ocupamos un lugar en el mundo. Una mirada entrecruzada con el pariente o el amigo conlleva amor, preocupación o regaño. El sonido nos advierte. El gusto nos deleita. El olor nos atrae. Y el tacto nos eriza la piel, nos inyecta, nos calma, nos reconforta o nos expresa sentimientos. La proximidad y la comunicación con los sentidos nos generan significados. Ello implica el trato personal, directo, sin interrupciones, obstáculos o mediadores. Nos sentimos bien al oír un agradable y cálido tono de voz, un susurro. Siempre estamos dispuestos a compartir la sonrisa en su mayor expresividad, así como aprehender el amor y el entendimiento en el habla que notamos sincera. La cordialidad, el afecto, la solidaridad, adquieren mayor alcance cuando son colindantes. Somos animales gregarios, no sólo porque requerimos de los demás para llenar nuestras deficiencias, sino también porque nos encanta la proximidad con nuestros semejantes, para hacernos conocer y a su vez conocer a los demás con aprobación, con aceptación, con afirmación. Formamos parte de una especie viva, y sería muy decepcionante que en el conglomerado de la humanidad estuviéramos ignorados. Entonces, resaltamos, somos humanos porque nos contagiamos de humanidad, sólo posible en conjunto.

Convivir con inteligencia

La neurociencia se ha dedicado en recientes años a estudiar el llamado “cerebro social”. Se trata de descifrar cómo se generan íntimos enlaces, estrechas conexiones de cerebro a cerebro cuando nos relacionamos con las demás personas. Esto originó el término acuñado por David Goleman de “Inteligencia Social”. Estas interrelaciones impactan no sólo en el cerebro sino en el cuerpo de cualquier persona con la que interactuamos, así como ellas lo hacen con nosotros. A partir de esos enlaces neurológicos, nuestros cerebros van moviéndose en una danza emocional, una danza de sentimientos. Eso quiere decir que nuestras relaciones, de cualquier tipo, no solo moldean nuestra experiencia sino también nuestra biología. Con el cerebro social se aplican mecanismos nerviosos que instrumentan nuestras interacciones, además de nuestros pensamientos y sentimientos, sobre las personas y nuestras relaciones. El cerebro social se convierte en el único sistema biológico en nuestro cuerpo que continuamente nos sintoniza con las personas con las que estamos y que a su vez se deja influir por el estado interno de esas personas.

Estudios científicos han demostrado la existencia y función de las neuronas “especulares” o “espejo”, que permiten entender la mente de nuestros semejantes, no a través de razonamiento conceptual, sino directamente, sintiendo y no pensando. Estas neuronas permiten al ser humano comprender las intenciones de los demás, es decir, ponerse en el lugar del otro, “leer” sus pensamientos, sentimientos y deseos, lo que resulta fundamental en la interacción social. Estas neuronas espejo, que han resultado ser más abundantes en el cerebro humano que en otras especies, imitando lo que hace o siente otra persona, crean una sensibilidad compartida, llevando el afuera adentro de nosotros. Para comprender al otro, nos convertimos en el otro, al menos en parte. De esta manera, las neuronas espejo nos guían en decisiones sociales inmediatas. El problema está en que si no desarrollamos una adecuada Inteligencia Social tendremos problemas para establecer el vínculo social, comprender el estado emocional de los demás y prever lo que podemos causar en otros con nuestras propias acciones. En otras palabras, quien no construye apropiadamente su inteligencia social, tendrá limitaciones en la cognición social, en las relaciones empáticas y en la toma de decisiones dentro de un conglomerado. Precisamente, como somos seres sociales, necesitamos discutir nuestros problemas con otros, ya sea con aquellos que se preocupan más por nosotros o con aquellos que han enfrentado situaciones similares. Todo lo anterior nos hace ver que para asumir esa responsabilidad de actuar sabiamente en las relaciones sociales, se requiere enriquecer esas capacidades, estimular ese comportamiento neuronal.

Ese vivir con inteligencia social nos remite, en consecuencia, a una afinidad, a una simpatía, al reconocimiento agradable, cálido, fraterno, comprometido y fluido. Solo así los integrantes de un grupo pueden ser más creativos y más eficientes en sus decisiones, ya se trate de una familia que busca acercamientos y reencuentros, o una reunión de gerentes que desean plantear una estrategia comercial. En ese flujo de interacción intervienen tres factores; una atención mutua, en la que dos o más personas generan intereses mutuos, un foco conjunto, para dinamizar el segundo requerimiento: los sentimientos compartidos. Los sentimientos no solo deben ser compartidos, sino buenos, evocados en gran medida a través del tono de voz y la expresión facial. Se construye un sentido positivo más con mensajes no verbales que con lo que decimos. Esto nos lleva al tercer ingrediente, que es la coordinación o sincronía. Ésta resulta más sólida con sutiles canales no verbales, como los son el ritmo de una conversación y nuestros movimientos corporales. Exige la disponibilidad de respuesta inmediata, espontánea, animada, el encuentro de pupilas, la cercanía de los cuerpos, la aproximación de las sillas. Es la coreografía del ser humano, con toda su capacidad expresiva.

Le puede interesar.  Experta de la OMS en lucha anticovid: Aún no estamos fuera de peligro

La convivencia social tiene su precio

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Porque compartir intereses en comunidad impone un orden que se refleja en normas de convivencia social. Ello significa limitaciones a nuestra libertad personal, porque, como afirma Savater, no actuamos como realmente queremos ser, sino como se nos exige que seamos. En algunas personas esto las dispone a colaborar con la sociedad en tanto y cuanto lo social no afecte lo personal o, más aún, la intimidad. A esto hay que sumar que en la era de la globalización, de la acción de masas y de la sociedad digital, las relaciones parecen ser menos personales y de contacto y más mediadas por canales tecnológicos que, se dice, pretenden acortar distancias. Aquí es donde la interacción biológica, la inteligencia social, la conexión sensorial y los significados de los símbolos de trato humano directo comienzan a tener problemas. ¿Cómo se puede ser tan expresivo -utilizando la gama completa de nuestros sentidos-, cálido, afectivo y sinceramente animado a través de una videoconferencia? ¿Causa el mismo efecto ser reconocido y aceptado en la comunidad real que en el grupo digital?

En las circunstancias en que se ha presentado el Covid-19 el interés público ha prevalecido sobre el particular y se han impuesto reglas de aislamiento, de resguardo, de cuarentena, que han alterado ese contacto. Es que la convivencia general impone un contrato social en el cual los ciudadanos hemos entregado a las organizaciones del Estado la facultad de normar nuestras relaciones y nuestras comunicaciones cuando circunstancias de seguridad y de salud, primordialmente, así lo requieren.

Distanciamiento social por COVID-19. Foto cortesía.

Las limitaciones en la prosecución del contacto personal están dadas en función del posible conflicto de derechos. En un bando se colocan los derechos que afectan el desarrollo individual y el ejercicio de la personalidad. Tenemos derecho a reunirnos en forma pública o privada; el derecho a unirnos y a compartir cercanamente en grupo nuestros intereses comunes, para desarrollar relaciones personales positivas que nos hacen sentir más a gusto alrededor de otros; el derecho a mostrar públicamente nuestra potencialidad y creatividad, y a recibir retroalimentación directa, a veces no verbal como aplausos, por nuestro ingenio; el derecho a comunicar, de viva voz y con la empatía que generan esa neuronas espejos, a nuestros familiares, amigos y relacionados, nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras aspiraciones, nuestras esperanzas y a sentirnos apoyados y contentos porque ellos entienden estas expectativas e inquietudes; el derecho a aprender una profesión, oficio, ocupación y a adquirir de primera mano las destrezas y habilidades prácticas de los mismos; el derecho a formarnos y encontrar en los centros educativos escenarios no sólo para la captación de conocimientos y saberes, posiblemente transmisibles en algunos casos con la educación virtual o e-learning, sino también para interactuar, allí mismo, con nuestros condiscípulos y profesores los valores de la amistad, de la fraternidad, del estudio, de la alegría, de la iniciativa, de la cortesía, de la espontaneidad, de la lealtad, de la generosidad, del servicio; el derecho de libre tránsito y desplazamiento al lugar que queramos, tal vez no sólo para cumplir con la asistencia a un compromiso, sino incluso para disfrutar del solo placer de estar en medio de la naturaleza y de sus recursos, sintiéndonos habitantes del planeta.

En la otra cara de la moneda están los aspectos colectivos de bienestar general. Igual derecho hay de seguridad ciudadana, de protección de la salud pública, de solidaridad en las emergencias y catástrofes, todos ellos derechos dignos de consideración. Todos esos derechos, igualmente, necesitan del contexto social, pero desarrollados y ejercidos de manera diferente.

Inteligencia artificial y robótica en la humanidad

Cuando estamos sometidos a esas limitaciones de contacto, de interrelaciones personales, de inteligencia social, de impacto neuronal cerebro a cerebro, es cuando se retoman los temas de la inteligencia artificial y la robótica. El impacto de los cambios y las tendencias que ha generado la Cuarta Revolución Industrial, según su mentor Klaus Schwab, ya ha venido afectando cómo actuamos y hasta quiénes somos. Ha influido en nuestra identidad, en nuestros hábitos de consumo, en el tiempo que dedicamos al trabajo y al ocio, y en cómo desarrollamos nuestras carreras y cultivamos nuestras destrezas. Ya ha influido en cómo conocemos gente y alimentamos las relaciones, y asoma un escenario, posiblemente escalofriante, de nuevas formas de engrandecimiento humano que haga que cuestionemos la naturaleza misma de la existencia humana. Si todo eso ya ha causado temor por la velocidad de cómo se han venido aplicando tecnologías que cambian tantos procederes del ser humano, cómo será el miedo de ser impuestas ante los peligros latentes de la implementación de esquemas de control social masivo. La tecnología, ciertamente, ha permitido realizar las cosas de manera más fácil, rápida y eficiente. Incluso, ha ampliado el espectro de oportunidades de desarrollo personal. Pero cambios tecnológicos radicales para los cuales se nos pide adaptación, coloca al individuo en la pregunta de si vamos perdiendo el verdadero sentido de humanidad. Sorprendentes innovaciones de la Inteligencia Artificial traspasan límites actuales, para mejorar aspectos de longevidad, salud, cognición y capacidades, según Schwab antes reservados a la ciencia ficción. Se insiste en que el mejor uso de la Inteligencia Artificial busca el objetivo de empoderar a las personas y volverlas mejores seres humanos. Pero precisamente es ahí donde está el dilema. Porque también se piensa que mientras más digital y de alta tecnología se vuelva el mundo, mayor será la necesidad de seguir sintiendo el contacto humano, alimentado por las relaciones estrechas y las conexiones interpersonales.

Comunicación en tiempos de coronavirus. Foto cortesía.

Veamos el caso de la robótica. Nuestros perfiles, datos y comportamiento en el mundo digital van dejando rastros, que son recogidos tanto por la inteligencia artificial como por la robótica, para el “aprendizaje de máquina” que les permite a los robots y asistentes artificiales e “inteligentes” autoprogramarse y encontrar soluciones óptimas a partir de principios básicos. Recientemente se dejó expuesto el caso de Pepper, un producto del grupo de investigación en robótica de la Facultad de Informática de la Universidad del País Vasco. Los investigadores han venido trabajando con la “robótica social”, que pretende introducir a los robots en entornos de contacto cercano con las personas. Intentan que los robots sean capaces de realizar tareas que requieren interacción con la gente, como por ejemplo, recepcionista en hospitales, guía en aeropuertos, cuidador en residencias y asistente personal en nuestros hogares. No solo diseñan estos robots con un aspecto exterior agradable, para que la gente se sienta cómoda en su compañía, sino también buscan que tengan un comportamiento que no intimide, invitando a interactuar con ellos. Pero es que la situación va más allá cuando en Pepper, un robot de tipo humanoide, se pretende que actúe no solo utilizando comunicación verbal, sino replicando movimientos, posturas, gestos, expresiones faciales, de la manera más natural posible, al igual que el ser humano. Las investigaciones se orientan a crear una colección de movimientos predeterminados (limitado) e ir reproduciéndolos según el robot habla (reproduce un audio). Podemos tener un conjunto de movimientos rítmicos (en inglés conocidos como beats) que no tienen significado, que simplemente sirven para acompañar el discurso y elegir una secuencia al azar entre ellos. Otro posible planteamiento es asociar una probabilidad de que a un movimiento determinado le siga otro en concreto. Esto podría generar una secuencia más natural. Y como los desafíos son inmensos, las redes neuronales generativas antagónicas o GAN (Generative Adversarial Networks) son una herramienta ampliamente utilizada como modelo generativo. ¿Qué quiere decir esto? Que, tras una fase de entrenamiento con unos ejemplos, es capaz de crear otros objetos similares a los mostrados, pero diferentes de los mismos. Tras entrenarla con movimientos predefinidos, la red GAN sería capaz de crear en el robot otros gestos diferentes a los que ya ha visto, pero lo suficientemente similares como para que no resulten repetitivos para un interlocutor. Todo este andamiaje artificial permite generar movimientos más suaves y acordes con los movimientos humanos, en definitiva, ¡más naturales!

Le puede interesar.  Colombia: ¿un amigo difícil de comprender?

En rescate de la humanidad

Con o sin pandemia, hay un reto por delante. Se hace necesario rescatar el sentido y alcance de lo humano. Jiddu Krishnamurti nos recuerda que “ser sensible es sentir, recibir impresiones, tener simpatía por aquellos que sufren, tener afecto, darnos cuenta de las cosas que suceden alrededor de nosotros”. Es difícil permanecer inmune frente a una fragante rosa. En ese departir íntimo, particular, franco, abierto, sencillo, propiamente natural y espontaneo, es muy diferente escuchar frases como “te quiero”, “te aprecio”, “te extraño”, “eres una buena persona”, “te estoy agradecido”, “lo haces maravilloso”, “buen trabajo”, “te admiro”, “yo creo en ti”, “aplaudo tu iniciativa”, “te apoyo”, “me siento orgulloso de ti”, que trasmitirlo y recibirlo a través de un dispositivo electrónico. ¿Cómo podría expresar un robot el tono adecuado, el tacto necesario y obrar con acierto en situaciones delicadas, cargadas de tensión, de conflicto, con personas sensibles o con las que se pretende alcanzar un efecto determinado? ¿Sabrán esos androides “inteligentes” lo que es la delicadeza, la diplomacia, y el acariciar los tímpanos con términos dulces y sinceros? ¿Abrazar de forma estrecha, con alegría, con comprensión, con solidaridad, con amor, con el grado más profundo de sentimientos, ya no será exclusivo de los mortales? ¿Volveremos a convivir en un tejido de circuitos neuronales, genuinamente humanos?

Sofos de Mileto

FacebookXTelegramWhatsAppMessengerPinterestEmailCopy LinkShare

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí